Sombras

UN RELATO DE RAFAEL REYES-RUIZ  (cuento que será incluido en el segundo libro del autor)
Antropólogo y escritor colombiano, dedicado al estudio de los flujos transnacionales entre las Américas y Japón. Este año publicará su primera novela (en idioma inglés), sobre un profesor de historia japonesa en una universidad católica en Tokio, quien descubre unos documentos falsos relacionados con la historia del imperio portugués en Asia (la versión en castellano saldrá a finales del 2014).


Volví a la Puerta del Cielo en el barrio chino de Yokohama donde me había encontrado con Xiao Yi unas horas atrás, después de cinco años de no verla. Hacía un frío que calaba los huesos y caía una llovizna fina. Grupos de japoneses y extranjeros entraban y salían de los restaurantes y los bares conversando alegres a grandes voces, algunos con los rostros enrojecidos por el alcohol. Pensé en regresar al bar donde habíamos tomado un brandy después de cenar, pero un impulso repentino me hizo cambiar de parecer. Necesitaba tomar aire fresco y aclarar mi mente, que no se reponía aún de mi corto encuentro con esa mujer que amé alguna vez. Caminé un poco sin rumbo, pero al cabo de unos minutos me llegó la idea de que tenía que tomar el mismo camino que había recorrido con ella al acompañarla al albergue donde se hospedaba al otro lado del cerro Yamate. Pensé que volviendo sobre nuestros pasos me ayudaría a llenar el vacío que ahora sentía, y a revivir esos momentos que había pasado con ella que me parecían demasiado breves e incompletos.

Comencé a caminar cerro arriba. Tuve que ajustarme el abrigo que llevaba para protegerme del viento gélido que venía en ráfagas por todos lados. Después de unos cuantos minutos de ascenso, decidí pasar a la calzada del frente. Se me ocurrió que desde allí podría recordar mejor las palabras de Xiao Yi y el efecto que me hicieron, porque podía hacer de cuenta de que no era ahora sino antes, cuando caminaba con ella, y que otro yo, otra parte de mí, nos miraba sigiloso y registraba las cosas que se decían y las miradas que se cambiaban. Al llegar al otro lado de la calle sentí que en efecto nos miraba y que era capaz de entenderlo todo. Pensé por un instante en mi vida, en mi mísero trabajo de profesor de idiomas, una profesión que odiaba pero que no podía cambiar porque estaba atado a un matrimonio arruinado con una mujer a quien no le podía dar el hijo que deseaba.

La lluvia arreció, pero ya no la sentía, aunque el agua me chorreaba por el rostro y tenía los zapatos encharcados. Más adelante, al otro lado, estaba la Catedral del Sagrado Corazón con su torre de estilo gótico que terminaba en una caperuza metálica piramidal. Me detuve a contemplarla. Desde mi acera se veía abandonada y sombría, y me pareció que en el jardín que la rodeaba, que estaba en penumbra, se escondía un animal que acechaba detrás de los arbustos.

En ese trecho, Xiao Yi me había contado que su marido la engañaba, y que quizás siempre lo había hecho. Había sentido un desprecio profundo hacia ese hombre que no conocía pero que imaginaba tosco e incapaz de afecto. En ese momento no se me había ocurrido qué decir o cómo reaccionar porque la revelación me tomó por sorpresa. Pero ahora que contemplaba ese momento desde afuera me di cuenta de que Xiao Yi me había contado esas cosas de una manera normal, sin un asombro de ira o de vergüenza, sino más bien como un reporte o una crónica, como si en realidad no le importara, o se hubiera referido a otra persona. Después de unos pasos en silencio ella se había detenido por un instante y me había mirado fijamente a los ojos, quizás para confirmar que yo había entendido lo que me había dicho. Su mirada me había tomado por sorpresa porque venía cargada de algo que no pude descifrar en ese momento, pero que ahora entendía —sin una sombra de duda— como un aliento para que yo confesara mi propio naufragio, y para que desde ese momento los dos pactáramos algo, quizás un regreso a lo que alguna vez tuvimos. Nuestro breve amorío había sido extraño e inevitable, casi todo deseo, sin muchas palabras, cada uno balbuceando en una lengua común que no entendíamos o hablábamos bien; una aventura corta de dos recién llegados a Japón, cuando no conocía a quien era hoy mi esposa, cuando todavía soñaba que iba a cambiar mi vida y convertirme en la persona que sabía que podía ser.

Mientras cavilaba en esto vi de repente a alguien que salía de una sombra que había a unos pocos pasos delante de donde en mi mente veía a Xiao Yi hablarme. Llevaba una gabardina impermeable y una gorra. Al principio pensé que era un hombre que había salido de una de las casas de este barrio acomodado, tan diferente al mío, quien quizás había olvidado algo en su vehículo aparcado en la calle, pero cuando volví a mirar me fijé en la silueta del cuerpo, y tuve la certeza de que se trataba de una mujer, y después de otro instante, de que era Xiao Yi, que había regresado al cerro, con una intención idéntica a la mía. Apresuré el paso y pensé en llamar su nombre, pero al instante me contuve porque se me ocurrió que si la interrumpía sería como si me interrumpiera a mí mismo. Era un pensamiento absurdo, me di cuenta, pero especulé que si en efecto fuera ella quien iba caminando adelante, entonces Xiao Yi era mi alma gemela y sentía lo mismo que yo, y necesitaba volver sobre nuestros pasos para llenar el vacío denso que ahora sentía y que era idéntico al mío.

Alcé la vista porque más adelante estaba la parte más empinada de la colina y después una cuadra larga y plana sobre la cima desde donde se veía la bahía. Xiao Yi, o la mujer que podría ser ella, apuró el paso y la perdí de vista. No supe si había girado a la derecha para descender como lo habíamos hecho unas horas antes, o a la izquierda por una de las calles laterales. Miré hacia la calle que descendía al malecón que estaba bien alumbrada pero no vi a nadie. Tomé entonces la calle a la izquierda, pero en ella solo se veían los círculos difusos donde llegaba la luz de las farolas y el resto estaba oscuro. Esperé unos segundos pero nadie salió de las sombras, y el espectáculo de la calle donde solo se sentía el suave murmullo de la lluvia me estremeció. Recorrí la calle con sigilo, poniendo atención a cualquier ruido que indicara que se abría o se cerraba alguna puerta. En algún momento me pareció que estaba soñando, que lo que me rodeaba podía de repente transformarse en otra cosa, en otro escenario, o desaparecer.

Un instinto me hizo retroceder y regresé a la calle principal y seguí el camino que había tomado con Xiao Yi. Después de un corto tramo agucé mis ojos porque a lo lejos vi algo moverse en un tupido de árboles que marcaba la entrada a un parque desde donde hay una magnifica vista del puerto y la bahía. Algo me dijo que Xiao Yi había seguido esa variante para bajar del cerro. Cuando llegué a la entrada bajé apresurado por la escalinata que lleva a una plaza rodeada de arbustos frondosos en formas de conos al final de la cual hay un sendero que serpentea hacia abajo, hasta una calle que desemboca en el malecón. Me detuve un momento en la plaza y miré el cielo que ahora estaba despejado y lleno de estrellas; se me ocurrió que era otro mar y las estrellas eran peces de luces. Xiao Yi me había dicho mientras cenábamos que cuando se sentía desolada miraba el cielo en la noche para que la adormeciera y la llevara a otro mundo, lejos de esta ciudad donde siempre sería (como yo, por su puesto) una extraña, y por algunos indeseada. Cuando me lo había dicho me había visto a mí mismo junto a ella y la había deseado; pero no como cuando habíamos sido amantes porque ese había sido un deseo espontáneo y ligero, intenso y sin complicaciones, sino con un deseo denso y urgente, y cargado de culpa. Xiao Yi quizás lo había notado porque se había sonrojado cuando nos cruzamos una mirada.

Volteé a mirar de repente porque tuve la extraña sensación de que alguien me vigilaba o me seguía. Oí el crujir de una rama que partió el silencio en dos y sentí una especie de pánico. Miré con atención por todas partes pero no encontré nada. Me di cuenta que perdía tiempo así que retomé el camino. Al comenzar el descenso por el sendero sentí el ruido de pasos apurados, como los de alguien que huye porque lo han descubierto, y me detuve junto a una placita circular en la que había una estructura abierta, también circular, hecha de cinco columnas, coronadas por un aro con relieves florales que parecía como el esqueleto de un templo vestal romano en miniatura. En el suelo de mosaico que tenía un motivo de una rosa de los vientos, vi tirada una gorra ascot. La recogí y al acercarla a mi rostro me llegó el aroma de Xiao Yi; aún más que eso, sentí su presencia, y sus ojos en los míos. Mi primer instinto fue correr apurado a alcanzarla y decirle que teníamos que dejarlo todo y huir juntos.

Miré el camino abajo y solo vi sombras que se movían de un lado a otro, arbustos que se mecían con el viento. En ese instante me llegó la certeza, como un relámpago en la oscuridad, que mi camino ya no se cruzaría con el de Xiao Yi, y nunca más en mi vida la volvería a ver. ♦

 Publicado en la revista digital Kantō número 4, páginas 14 – 17:

http://issuu.com/revista_kanto/docs/revista_kanto_n4/15?e=0

Portada de la prmera novela de Rafael Reyes-Ruiz: “The Ruins”

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Autor: Kantō - Redacción

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