Reloj, no marques las horas…

 

En el Perú se decidió hace algunos años, con participación del Ejecutivo y otras organizaciones sociales, acabar con la ancestral “Hora Peruana”, a través de la campaña “Perú, la hora sin demora”.

Por Eduardo Azato Shimabukuro

Perú la hora sin demora

El objetivo fue concienciar a la población de lo negativo que significaba continuar aceptando la impuntualidad como algo intrínseco en la vida de los peruanos. Llegar tarde, no cumplir con los plazos, es una práctica aceptada casi sin rubor en la ciudadanía que, en una encuesta realizada en el mismo año de inicio de la cruzada, se reconoció en un 85%, como impuntual.

La campaña, que tuvo gran suceso en sus primeros meses, decayó y fue un fracaso, principalmente porque las figuras públicas, las llamadas a dar el ejemplo, fueron las primeras en incumplirla. Siempre queda la esperanza, no obstante, que en las escuelas, donde se forman las futuras generaciones, los niños no adquieran este vicio social.
Pero la impuntualidad no es patrimonio de los peruanos. Quien haya visitado algunos países vecinos de la región, constatará que no hay nada que nos identifique más a los latinoamericanos que la impuntualidad.

Nos hermana tanto como una canción de la recordada Mercedes Sosa.

En Argentina le pedirán un “cachito” de tiempo para cumplir con lo prometido, en el Perú le solicitaremos “un ratito más”, los brasileños le dirán “daqui a pouco”, y en México se demorarán “nomás tantito”. Impuntualidad con matices y dejos, pero impuntualidad al fin.

la-impuntualidadAL COMPÁS DEL RELOJ

Y esto también nos lo trajimos en el equipaje, junto a nuestra característica alegría, las comidas aderezadas y la voluntad de querer progresar en tierra extraña.

O sea que también hay una “Hora Latina” que, como programa radial, pueden dar unos divertidos 60 minutos de salsa y pachanga, pero que para efectos de una vida en este país —donde todo se cronometra y la hora-hombre tiene gran trascendencia—, no nos sirve para nada. Al contrario, nos deja muy mal parados.

La impuntualidad, dicen, es una falta de respeto, no de tiempo. Respeto por uno mismo y el tiempo de los demás. Y ya sabemos que generalmente esto lo tienen muy presente los japoneses.
Mientras que para pueblos como el japonés o el alemán, cumplir la hora no admite pretextos, nosotros, más bien, debemos darle cuerda a nuestro civismo. Digo cuerda, porque nuestra mala costumbre es antiquísima como esos relojes de bolsillo. Tan viejísima que nos inventamos con mucho cinismo —que a veces disfrazamos de picardía— dichos como: “Más vale tarde que nunca”, o “tarde pero llega”, intentando justificar lo injustificable.

Si hasta el sonero le puso música a nuestra tara, cantando con mucha ironía: “Yo no soy quien llega tarde, ustedes llegan muy temprano” (Héctor Lavoe, 1984, “El rey de la puntualidad”).

Pero hay otras frases, deliberadamente imprecisas o intemporales, como “te lo entrego de aquí a un ratito”, o “nos vemos a eso de las seis”. Un rango que va de seis y uno hasta seis cincuenta y nueve. Lógico, a quien le toque esperar y ver correr las horas, irá a enloquecer, como en el bolero de Cantoral.

Lo peor de todo es que nos confabulamos para ser parte de este juego. Es hasta tragicómico. Pretendemos “engañarnos” adelantando 5 o 10 minutos el reloj de casa o el carro para llegar temprano a nuestras citas. Pero igual, no caemos en nuestra propia trampa y seguimos llegando tarde. Bien vivos somos. Esto último debe tener una explicación sicológica, me imagino.

La invitación para la fiesta de casamiento está marcada para las 8 p.m., pero los concurrentes, que “sabiamente” intuyen que el horario es para empezar una reloj-humanohora después, se aparecen a las 10. Y, como no hay invitados, los novios no tienen el marco adecuado para hacer una entrada triunfal, por lo que deciden llegar al local a las 11. Lo gracioso es que todos, invitados y anfitriones, lucen relucientes y caros seikos, citizens y dolce & gabannas en sus muñecas. Obviamente, no hay caras largas ni críticas a media voz, nadie parece disgustado, todos parecen concordar con el retraso, faltaba más.

Para un invitado japonés, si aún no ha partido de vuelta a casa, será una más de las extrañas costumbres que tienen sus exóticos amigos latinos para hacer sus cosas. Imprevistos, informales, faltos de planificación, así nos ven. ¿Sabían que hay algunas guías turísticas que advierten sobre la inexplicable dificultad que tenemos en nuestros países para hacer cumplir los horarios? Fama, que le dicen.

“Dicen a una hora, pero ya sabes que empezará mucho después”, es un pensamiento generalizado que no hace más que perpetuar el mal. Los retrasos son moneda corriente también en nuestras actividades, cuando hay que sesionar en el club, cuando hay que empezar el partido, cuando hay que encontrarse en la estación, a la hora de iniciar la fiesta.

¿Y si en nuestra colectividad también nos comprometemos todos a iniciar una campaña de puntualidad? Vamos a darle más valor al tiempo. Al tuyo y al de los demás.

En lo que a mí respecta, trataré de no ser impuntual. A veces llegué tarde a reuniones incomodando a mucha gente, ya tomé parte en la organización de eventos y por falta de orden y previsión, cientos de personas debieron esperar e incomodarse. Demoro con frecuencia la entrega de colaboraciones para los editores (inclusive la que en estos momentos me está haciendo el favor de leer). Mea culpa.

Que este escrito sea una declaración de intenciones. Llegó la hora de iniciar un cambio. Hora exacta, ahora sí.▲


Publicado en la revista Kantō número 6, páginas 30 -36:

http://issuu.com/revista_kanto/docs/revista_kanto_n6/31?e=9319317/9797865

Autor: Eduardo Azato

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  1. Adios al continuismo bienvenido los cambios | Kantō - […] “La hora latina”, (cada uno le pondrá el nombre de su país), es algo que sin dudas nos va…

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