El fantasma de XYZ Denshi Kogyo

Colaboración de River Rock

Había una vez… así comienzan las mayoría de los cuentos… Estábamos sentados en el comedor de una fábrica de tubos de aluminio para fotocopiadoras. Funcionaba las 24 horas. Hacía un par de días que había entrado este señor de casi 50 años y fui el encargado de enseñarle el trabajo.

En un momento dado, me miró y preguntó: ¿crees en espíritus, en fantasmas? Sinceramente no, le respondí, pero escuché varios casos que uno no sabe que pensar…

Preguntó si había escuchado la leyenda del fantasma de XYZ Denshi Kogyo.  Le dije que sí, que era una de las historias que me hicieron dudar, porque la chica que me contó la historia, no mentía. La escuché personalmente, ella era amiga de mi hermana.

Su cara hizo una mueca extraña, de media sonrisa. Y me dijo: “yo soy el fantasma de XYZ”. Te escucho, le respondí, sin mostrar ninguna señal (de no creerle). Y comenzó su historia:

“Ya lo puedo contar, esa fábrica cambió de nombre, pasaron más de 15 años. ¡Sos el primero, vas a tener la primicia! Era un domingo. Lo malo de ese trabajo, era que el turno noche comenzaba los domingos.

Ese día hacía mucho calor, nos juntamos con mis amigos a la mañana temprano en el río para hacer un asado, jugar fútbol y salir de la rutina. Esa noche quería faltar, no había dormido, pero el contratista ya me había dado el ultimátum. Una falta más y afuera.

Trabajaba solo, en una de las máquinas que estaban al fondo del galpón. Los otros lo hacían en las máquinas del centro y entrada de la fábrica. Después de comer, estaba que cabeceaba del sueño. Puse a rodar las máquinas en modo automático, es decir, se movían haciendo ruido, pero no producían.

Sin que nadie me viera, subí al segundo piso, fui hasta el comedor, me compre un café, ya no me aguantaba el sueño. Me metí al baño de mujeres (bien limpio), entré en el cuarto del fondo, tiré un cartón en el piso, me saqué las zapatillas, la camiseta, ese día en el río me había quemado bastante y me ardían los hombros, el cuello, la cara. Tomé el café, abrí la ventanita y también fumé un Marlboro.

Estaba por dormir una pequeña siesta… De repente alguien encendió la luz. ¡Mierda! pensé. Era Fchan y comenzó a caminar hasta donde estaba y preguntó  ¿quién está allí?  Me dio miedo y callé. Volvió a preguntar. Sigilosamente comencé a ponerme las zapatillas. Con tan mala suerte que patiné con las medias en el cartón. La flaca se asustó y salió corriendo. Yo me asusté más y la perseguí para que no me delatara.

La nena corría como una condenada. Yo con las medias patinando por el corredor mientras le hacia ¡Shhhh shhhh! para que se detuviera. No se paró en ningún momento. Estuve a punto de alcanzarla cuando llegó al recodo de la escalera y con la camiseta que traía en la mano, intenté llamar su atención, tratando de golpearla.

Por la distancia, apenas con el viento rocé su enorme cabellera y dio un terrible grito. Me sentía perdido y corrí hacia las otras escaleras. Llegué a mis máquinas, las apagué, me puse las zapatillas. Y haciéndome el desentendido me junté con los demás a escuchar lo que le había pasado a Fchan.

Yo no sabía si asumir mi falta y quedarme sin trabajo o callar. Hasta que uno dijo: “no será un violador…” Allí me quedé calladito. Nos repartimos en tres grupos. Algunos tomaron caños, palos, martillos. Subimos por los dos lados, me apuré y llegué primero al baño de las mujeres. 

Les dije a los muchachos: “Ustedes, se quedan en la puerta y si sale alguien lo detienen, aunque sea a golpes”. Fui entrando en cada cuarto con cara de asustado y miraba hacia la puerta haciendo señas, de que no había nadie. Entré en el último, recogí mis cigarrillos, mi encendedor, tiré por la ventana la latita, doblé el cartón y lo puse a un costado. Y nuevamente hice la seña de que no había nadie.

Revisamos toda la fábrica. Fchan aseguraba que había alguien. Y no tuve más remedio que decir: “mi vecino japonés, me comentó que antiguamente esta zona era un cementerio” (claro que era una mentira).

Así comenzó la leyenda… Quién me iba a creer, que sólo quería dormir una siesta. Estaba sin zapatillas, sin camiseta. Y Fchan tenía un cuerpazo que detenía el tránsito…

Más que perder el trabajo, tenía miedo de que pensaran que la estaba esperando para hacerle “algo” en el baño. Por eso callé durante todo estos años…

¿Me crees?”

Sí, te creo, le respondí lanzando una carcajada…

Llame a mi hermana y le conté la nueva historia y era verdad, este muchacho era bastante vago.

Nadie imaginó que una siesta pudiera ocasionar una leyenda urbana.

Autor: Colaborador

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