Cuento
Por Pablo Lores Kanto
Aún no se había recogido toda la ceniza de la Segunda Guerra mundial cuando se casaron en 1949. De ese amor no hubo hijos. Por más que lo intentaron. Cada vez que lo hacían, o mejor dicho, después de hacerlo, Nanako se lavaba las manos con jabón seis veces. Sí, seis veces. Como si se tratara de una costumbre cabalística.
Yuusuke, su marido, ya no le da importancia a la higiénica obsesión de Nanako. Manías de mujer, dice. Por supuesto, hace años se lo preguntó. Cuando la conoció. Cuando lo hicieron por primera vez.
–Nanako, ¿por qué te lavas la mano seis veces?
–Será porque no son cinco ni siete –fue la enigmática respuesta de Nanako.
Y esta noche se lo ha vuelto a preguntar, después de treinta y dos años, ya acostados con las luces apagadas. Hace treinta dos años su respuesta no despejó el misterio. Duda que ahora lo haga. Entonces, Nanako abre su libro de recuerdos y vuelve las páginas una por una hasta llegar al capítulo olvidado. El seis, para no desentonar con la cifra.
Capítulo VI
Postguerra, Gotanda, Tokio.
Nanako tiene diecisiete años de edad. No es bella. Es joven. Halló ese trabajo en los avisos clasificados del Yomiuri con un título sugestivo: “Necesitamos muchachas para trabajo manual”.
El lugar del empleo no era una fábrica textil o una tienda de chucherías artesanales. Era la puerta trasera de un bar. La señora que le hizo la entrevista se identificó como Tomoko, propietaria del local.
–Presta atención Nanako –le dijo Tomoko, la dueña de bar, una dama de esas que procura mantener a raya la vejez con ungüentos, cosméticos y otros afeites– lo tomas entre tus manos y empiezas a tirar de él de una manera rítmica, ajustando y desajustando, como si fueras tú un granjero que, sentado en una banqueta con un cubo de hojalata, despoja a una vaca de la leche que se le acumula en la ubre. Sé que nunca en tu vida has ordeñado una pero debes imaginar, mientras tiras de ese cuajo una y otra vez, que se trata de la misma sensación.
–Sí, señora.
–Ummm… ¿Has entendido, Nanako?
–Sí, señora.
–Tienes que practicar, Nanako.
–No es necesario, señora. Ya entendí.
–¡Cómo qué has entendido! Estas cosas no se entienden, se aprenden con la práctica. Y sólo con la práctica, con el ejercicio, se alcanza la perfección. ¡Saburo! ¡Saburo! ¿Dónde se habrá metido ese inútil? Nunca está cuando se le necesita.
–¿Quién es Saburo, señora?
–Mi hijo. Él te ayudará a hacer el ejercicio.
Así fue como se inició en el negocio. Y a eso se dedicó en la trastienda del bar, durante cinco años, hasta el día que conoció a Yuusuke. Él pasaba por la calle, con un maletín de vendedor de cuchillos y tijeras. Nanako retornaba del mercado con una cesta de pescados, verduras y frutas, y él la detuvo, tocándole el hombro, para preguntarle por una dirección.
Así se conocieron. Después se vieron tres, cuatro, cinco veces en una confitería de Ginza. En la sexta cita, Nanako, sin levantar la mirada de la taza de té negro, le pidió a Yuusuke que tuviera, por favor, la amabilidad de casarse con ella.
Nanako, sin embargo, nunca pudo eludir los remordimientos y vivía con la idea de que tenía las manos sucia de pecados. Cada vez que se retiraba el cliente, ella iba al lavadero y se la refregaba con jabón varias veces y luego le vertía un chorro de desinfectante. Luego volvía al bar y en la barra charlaba con Tomoko, con la que a veces no se ponían de acuerdo con ciertos números.
–Nanako, la noche está floja. Apenas cinco ordeñadas.
–Seis –corrigió ella.
–No, cinco –insistió Tomoko.
–No, seis –persistió Nanako.
–¡Cinco!
–¡Seis!
–¡Cinco!
–¡Seis! ¡Seis! ¡Seis!…
“Nanako, Nanako…”, le susurra Yuusuke, habituado a sus pesadillas.
–¡Son seis! ¡Seis! ¿No es cierto?
“Por supuesto que son seis, Nanako, seis…”, y la abraza.
(*) Seis en japonés.
Sobre el autor:
Pablo Lores Kanto, periodista. Reside en Japón. Sus relatos y cuentos han aparecido en periódicos, sitios web de literatura y en los libros Encuentro (1997), colectánea de 12 autores latinos en Japón; y en La Ventana (2008), una colección que incluye diez cuentos de autores hispanoamericanos.