Robinson, un peruano y el hábito de la lectura

Por Bernardo Nakajima

Hace algún tiempo un buen amigo, peruano por más señas, me prestó un libro de Ken Robinson llamado El elemento. Bueno, en realidad no me lo prestó sino más bien me lo regaló, porque era un libro en versión digital, y aunque fuera un préstamo no tendría caso que se lo devolviera. Hoy en día ya no es como antes que se decía que hay dos clases de idiotas: los que prestan libros, y los que los devuelven. Yo pertenecía a ambas clases desde que aprendí a leer, pero actualmente puedo considerarme desclasificado, porque ni presto ni devuelvo libros: los doy, los regalo, o simplemente comparto una copia digital… (¡que no se debe hacer!).

Volviendo al libro de mi amigo, su lectura me resultó entretenida e informativa, aunque me dio la impresión de que nuestro buen señor Robinson no hablaba de otra cosa a lo largo de tantas páginas que no fuera lo que en otros tiempos llamábamos «la vocación». Vocación significa llamado, y se refiere, en mi humilde entender, a lo mismo que Robinson llama el elemento. El llamado de la vocación no es simplemente el llamado de Dios a algunos elegidos para que dediquen su pellejo y su ocio al servicio de los demás, particularmente como «consagrados» (monjas, hermanos) o en la vida sacerdotal (curas). Pero curas y monjas tienen una vocación no porque Dios haya hecho resonar su voz grave y patriarcal de forma misteriosa, diciéndoles como Cristo a sus discípulos «ven y sígueme». Ellos, curas y monjas, se sintieron particularmente atraídos por cierto estilo de vida no por otra razón sino porque allí se sentían bien,  felices, como pez en el agua. Y el agua, como bien sabemos, es el elemento donde viven los peces, el único por otra parte, y solo en ese elemento pueden ser felices, valga la metáfora porque yo nunca he visto un pez sonriendo.

El libro de Robinson es uno más de la interminable lista de los best sellers norteamericanos que proponen infalibles recetas para el éxito, «material» por supuesto, y así poder alcanzar la meta de todo buen ciudadano liberal y democrático: ser famoso, rico y honesto (de esto último no estoy tan seguro). Al igual que otro best seller de hace ya muchos años, un libro de Stephen Covey titulado Los siete hábitos de las personas altamente eficientes, Robison propone una receta infalible para que pasemos a la posteridad en una foto con una enorme sonrisa de triunfo.

Pero bueno, para ser francos, al libro de Robinson lo leí con gusto, y no puedo decir que no haya sacado de él cosas positivas, porque de todo podemos sacar provecho, pero sobre todo de un libro. Cuando uno llega a casa del trabajo, sobre todo al finalizar una semana laboral tediosa y con exiguas compensaciones, lo que una gran parte de nosotros desea es ver una buena película, o alguna telenovela que nos despeje la cabeza. Algo que nos permita «no pensar», y nos haga sentir distraídos hasta donde sea posible. Películas hay de todo tipo, las que nos dejan el cerebro en blanco y otras que al menos nos hacen reflexionar o alimentan algún tipo de sentimiento. Pero yo creo que acabada la película, apagada la TV, de la película no quedó nada o casi nada. Sin embargo, por regla general no es así con un libro. Al libro no basta con mirarlo, hay que leerlo, y eso lleva trabajo, sobre todo si uno no tiene un hábito de lectura. Además, la letra hay que procesarla y convertirla en lenguaje, el cual nos llevará a las ideas. Pero las ideas no son, como se piensa, puras abstracciones sino ante todo son imágenes. Ahora bien, a diferencia de las películas, las imágenes no nos son dadas, sino que tenemos que crearlas. Nuestra fábrica de crear imágenes denominada «imaginación» tiene que poner en marcha sus oxidados engranajes para hacer que comiencen a producirse las imágenes. Este trabajo hace no solo que seamos creativos, al menos en nuestro interior, sino también que este producto de nuestra mente quede almacenado en la fábrica que lo produjo. Las imágenes de las películas por lo general no se retienen de la misma manera porque no son nuestras. Las imágenes nacidas de la lectura son de nuestra autoría, y no deseamos deshacernos de ella con facilidad. Por lo general perduran, y alimentan la creación de nuevas imágenes.

Es por ello que agradezco a Robinson que haya escrito un libro, y agradezco a mi amigo peruano que me lo haya prestado virtualmente para que yo virtualmente no se lo devuelva. Puedo decir que no quedé convencido de la receta de turno para el éxito propuesta por Robinson, pero también debo afirmar, en honor a la verdad, que la lectura de esta obra dejó muchas cosas para mi cosecha, al menos, el gusto y placer de poder criticarlo que ya no es poca cosa.

Luego del préstamo virtual que mencioné, yo a mi vez retribuí su favor a mi amigo peruano facilitándole un libro, virtual, claro está. Así comenzamos un breve ping pong de préstamos de obras que nos gustaron o nos parecieron interesantes. Y como tengo algunos libros viejos destinados al olvido y a un atado de basura reciclable, pensé que no le haría mal a nadie si los digitalizo para que cobren vida en la cadena de préstamos virtuales. Porque un libro siempre es una fuente de riqueza, y la lectura, verdad de perogrullo, nos alimenta, nos enriquece, nos deja algo. Lo bueno de todo esto es que últimamente, en vez de cerrar el día como siempre con una película, con más frecuencia que antes recurro a la lectura de un libro para distensionarme y entrar con placer y abundancia de imágenes al país de los sueños.  ¡Qué bueno! ¿No?

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Publicado en la revista Kantō número 8, pp. 38 – 40: bit.ly/1d26pWG

Sobre el autor:

Bernardo Nakajima (Astigueta), Buenos Aires, Argentina, 1958. Fue miembro de la Compañía de Jesús entre 1978 y 2005. Licenciado en Humanidades y Filosofía (Universidad del Salvador); estudió japonés en la Universidad de Sofía; con una licenciatura y maestría en Teología por la Universidad de Sofía, Japón; maestría en Filosofía por la Universidad del Salvador. Reside en Japón desde 1985. Ha trabajado en la Curia de la Compañía de Jesús de Japón, en el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad Sofía, en la Sección Cultural de la Embajada Argentina en Tokio. Desde 2007 es profesor en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kanagawa, actualmente Instituto de Lenguas y Estudios Culturales de Kanagawa.

Autor: Bernardo Nakajima (Astigueta)

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