Los fantasmas sí existen en Japón

Por Cristina Bayes

Santuario en Bando Ibaraki

Desde muy pequeña me he sentido atraída por los lugares antiguos que el tiempo había arrebatado su brillo y cubierto por completo con un manto de nostalgia, misterios y encantos.

Solía leer muchos libros donde aparecieran castillos, novelas que transcurrieran en tiempos pasados, imaginando como hubiera sido vivir en esa época.

Jamás imaginé que al llegar a este país, una gran parte de los sueños de mi infancia se me hicieran realidad.

Me vi rodeada de tanto misterio, que mi pasión fue aumentando con cada lugar que visitaba, siempre tratando de saber que ocultan detrás de esa fachada de abandono.También es sabido que muchos lugares suelen ser habitados por espíritus que por diferentes motivos continúan atados, atrapados o se niegan a aceptar que este ya no es su mundo… como también que tienen carácter fuerte, sumiso, bondadoso, malicioso, etc.

Pero un día rotundamente mi pasión cambió, fue a causa de una de mis tantas visitas a los templos o santuarios que solía encontrar en mi búsqueda, podemos decir que estaba en el lugar equivocado, la hora equivocada, mi estado emocional estaba sensible, ideal para que un espíritu con mal carácter pudiera apoderarse fácilmente de mi cuerpo, la verdad que no lo sé, pero desde ese día comprendí que los fantasmas existen de verdad y que se merecen el mismo respeto que los vivos.

Es un pequeño santuario casi oculto del camino diario de los transeúntes, pero yo me considero una experta en buscar tesoros escondidos y di con el fácilmente ¡era mágico! El silencio reinaba por sus alrededores, solo se escuchaba el canto de las aves que habitaban en un pequeño bosque junto al santuario…

Con cada paso que daba aumentaba mi adrenalina, lo único que me impulsaba a continuar era la curiosidad de saber con que me encontraría detrás del portal de madera que separaba de lo terrenal a lo sagrado.

Subí las escalinatas que eran casi invisibles por la densa vegetación, traspasé el portal decidida como siempre y mientras que buscaba algo que me asombrara a mis espaldas comenzaron a sentirse ruidos como si hubiese alguien oculto entre la maleza, me di vuelta y no había nadie estaba completamente sola, tampoco le di demasiada importancia porque los ruidos podían ser causados por la suave brisa otoñal del mes de octubre.

Continué con mi búsqueda y repentinamente los vellos de la nuca comenzaron a erizarse y una sensación de frío cubrió por completo mi brazo derecho seguido de un fuerte dolor como si algo o alguien me estuviera presionando.

Cada vez que intentaba acercarme al pequeño santuario para tomar una foto, el dolor aumentaba, puedo ser bastante intrépida en lo que me propongo y es muy raro que abandone lo que estoy haciendo, pero esa vez me vi obligada a alejarme rápidamente del lugar, era como que había algo que me estaba advirtiendo que sí continuaba, luego no habría vuelta atrás.

El dolor continuó durante todo ese día y me quedé con una sensación de vacío en mi interior y varias preguntas rondando en mi cabeza, ¿qué causó todo eso, qué había en ese pequeño santuario?

Después de una semanas un pariente japonés con conocimiento de la religión que se profesa en este país, me aconsejó, luego de escuchar mi relato, que no era conveniente que visitara lugares prácticamente abandonados porque el kamisama o deidad que lo habita puede estar enojado y estar dispuesto a causar daño, que había tomado una sabía decisión y que agradeciera que no me ocurrió nada como traerme un compañero de viaje a casa sin ser invitado.

También me enseñó que antes de entrar a un santuario sea mayor o menor en rango le haga una reverencia que se traduciría a una disculpa al kamisama o deidad por ingresar a su hogar a molestar o interrumpir su tranquilidad, igualmente lo mismo al salir, que respete mi camino izquierda o derecha y que por nada del mundo lo haga por el centro interfiriendo el paso de los kamisama o deidad.

Jamás debía de tocar o mover algo de lugar y sobre todas las cosas y la más importante ser consciente de donde estoy. Tratar de liberarme de todo mal que me esté afectando, permitiendo que mi cuerpo y mi alma se unan para que juntos traspasen el portal que me llevara directo al lugar sagrado encontrando por fin la paz interior…

 

Autor: Cristina Bayes

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