LAS TARDES DEL DOMINGO

Por Álvaro Del Castillo

CUIDADO con la DEPRESIÓN de la tarde del domingo…

Los domingo y sus tardes siempre fueron abismos difíciles de sortear… y de evitar, en las tardes sin sueño y sin recuerdos de Lima y en los cuales era inevitable caer literalmente en el sofá o en la cama. Quizás el fantasma del lunes era el causante de ese espanto tan lleno de inanición y de aburrimiento. El lunes era en la época escolar el primer día de clases y las primeras horas que nos esperaban, eran con toda seguridad asistir al pánico insondable de las Matemáticas, la Física o la Química, puro terror y del bueno porque casi siempre traían tareas que presentar y o prácticas que resolver en las mañanas con sueño de los lunes, un espanto, en el que nadie quería estar en esas horas. Luego ya adultos era la obligación perentoria de regresar al trabajo a buscarle sentido al quehacer y a los compromisos sin evasión, todo en medio del sueño y de acostumbrar al cuerpo a la novedad de la rutina semanal. El fantasma del lunes era el que se hacia presente en las tardes vacías y casi siempre tristes y sin remedio del domingo.

Pero sobre todo las tardes de domingo eran inagotables, y en las que pretendía sin lograrlo llenarlas con televisión, la de antes, esa que se llenaba de películas de héroes y de aventuras pasadas en blanco y negro, viejísimas por las que no tenían que pagar royalties los usureros de los dueños de la televisión. Quien no recuerda “El caballero de Lagarder”, todo un caballerito desgastado que casi no se veía y luego los programas “ómnibus”, con sus pretensiones de grandiosidad de oropel y de decadencia sin límites. O sea el aburrimiento completo que nos apretaba la garganta. No había televisión que llenara las tardes de los domingos en el sofá dominguero sin pausas y sin planes que atender.

También estaban, desde luego, los almuerzos familiares, por un cumple menos o una reunión con amigos, o las expectativas de un buen partido de fútbol ya sea por el campeonato mundial o algo parecido pero eran las excepciones, lo normal era el aburrimiento y el vacío como un vaso lleno de nostalgia y de tristeza, esa tristeza gris como el cielo de Lima, y mas gris en nuestros recuerdos que siempre los visten con colores descoloridos y pálidos, como que les costara salir completamente en nuestra memoria. Había también tardes de domingo a las que les llenábamos de esperanzas y salíamos a las calles sosegadas o al bullicio desordenado de algunas plazas, pero no, era inevitable, era más de lo mismo, nunca me encontré tampoco en esos lugares, parecidos a una postal de feria provinciana.

De esos sentimientos están pobladas las tardes de domingo y creo sin temor a equivocarme en muchos de nosotros. Pero hay desde luego las excepciones como aquella sosegada y tibia tarde en la que por los azares del destino y /o los horarios quedé con una chica apenas ingresados a la universidad, para conversar sobre ese nuevo mundo y el mejor sitio para encontramos fue en los campos en esa época todavía silvestres y sin muros de “La Católica”, y el mejor momento que escogimos, cosas del destino, fue una tarde de domingo común y pasajera, pero que al calor de la conversa y de los sentimientos mutuos se volvió luminosa y perecedera. Hubo otros domingos creo para ser la excepción de las tardes de domingo, porque el olvido es cruel y sedentario, pero siempre recuerdo ese domingo, el olor de los pastos verdes amplios y vacíos de esa época, las galletas “Fare” y los recientísimos “jugos de frutas”. Y desde luego los ojos llenos de preguntas y de expectativas, todo envuelto en una tarde de domingo que se salió de la rutina para volverse inolvidable.

En el lejano Japón, los domingos se llenan de las necesidades obligadas de salir a las compras semanales para llenar la despensa de las verduras que nos tienen que alimentar para caminar hacia la fábrica. Porque luego no habrá tiempo, ni para disfrutar y atender al descanso del cansancio semanal del trabajo japonés que no ofrece concesiones. Y obligado por las solicitudes familiares, de vez en cuando visitar y abrazar a los familiares y amistades. También a veces llenar las tardes con paseos o el descanso obligatorio en el apato con una película de video en español para llenar la vida con algo de la felicidad de entender y por la magia del cine podernos encontrar en medio de alguna aventura o cualquier argumento, pero en castellano, para sentir que comprendemos y entendemos el mundo, es decir que estamos vivos. Que el Japón no nos triture, prense, corte, envuelva y distribuya como una mercancía más, que luego se apretuja muy bien en los trenes apresurados. Intentar salir del axioma que el Japón nos marcó desde que desembarcamos del avión de nuestras ilusiones: Despertarse, trabajar, bañarse, comer y dormir.

Así que muchas cosas podemos encontrar en las tardes de domingo sin suerte y con ella. Incluso el amor, por eso no nos desesperemos y hagamos lo mejor posible para tratar de llenarla con vasos llenos de alegría o lo que es mejor con citas que nos marquen la vida o el recuerdo. A ver si tienen, tenemos suerte un domingo de estos. Porque el fantasma de las tardes vacías de domingo todavía está allí presente y muy vivo esperándonos, invitándonos al aburrimiento sin calma.

Autor: Álvaro Del Castillo

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