CUENTO TRADICIONAL JAPONÉS
Traducción al castellano por Keiko Tanahara
Había una vez, una pareja de esposos que vivía en la montaña profunda. El marido era leñador que elaboraba carbón de los árboles que cortaba, mientras que la mujer hilaba.
Por las tardes en que el leñador se ausentaba de casa por el trabajo, un tejón se aparecía de tanto en tanto y hacía travesuras comiéndose los alimentos de la pareja y ensuciando toda la cocina.
La pareja tomó medidas colocando sobre la tapa de la olla una piedra grande de modo que el tejón no pudiera abrirla ni acceder a su contenido. Entonces el tejón se aparecía por las noches y frente a la casa armaba jolgorios golpeando su panza cual un tambor y bailando al ritmo de dicho sonido haciendo mucho ruido.
El leñador, molesto porque no podía dormir, le dijo: “¡Ya verás!, ¡te colocaré una trampa y te atraparé!”. Varios días después, una noche de bella luna, cuando la esposa estuvo dando vueltas a la carreta hiladora, pudo ver por una ranura rota del shoji (puerta corrediza de marcos de madera y cobertura de papel) los ojillos negros del tejón moviéndose en círculo. El tejón, imitándola, hacía movimientos en el vacío como si estuviera dando vueltas a la carreta hiladora. Fue tan gracioso que la esposa del leñador comentó alegremente: “¡Qué lindo tejón!”.
Y, una noche después de varios días, se oyó el chillido del tejón: “gyan, gyan”. Cuando la dueña de casa, esposa del leñador, fue a ver qué ocurría, encontró a aquél tejón colgado del árbol, pues había caído en la trampa. “Pobrecillo, caíste en la trampa que puso mi marido”. La mujer lo soltó a ocultas de su marido diciéndole: “Si no pones cuidado, mi marido hará de ti un caldo de tejón”. El tejón sintiéndose a salvo, agachó muchas veces la cabeza en gesto de agradecimiento y regresó al bosque, volviendo muchas veces la cabeza hacia ella.
Durante el invierno en que el frío recrudece, los esposos bajan a las faldas de la montaña y viven en una pequeña casita. La esposa, recordaba al tejón de vez en cuando miraba a lo lejos la montaña y pensaba: “¿qué será de aquel tejón?”
Llegó la primavera y la pareja nuevamente volvió a la casa de la montaña. Al entrar en ella, la esposa dio un grito de sorpresa: “¡Oh qué cosa tan misteriosa!”, la carreta hiladora que suponía estaría totalmente empolvada, estaba brillosamente lustrada y a un lado de la carreta, había una pila de hilos blancos devanados. Como la mujer estuvo embobada, el marido dijo: “Ya no sigas parada ahí, empieza a limpiar la casa” y se fue a mirar el horno para la fabricación del carbón.
Cuando la señora estuvo cocinando el arroz, una vez que terminó con la limpieza, empezó a sentir el sonido de la hiladora dando vueltas… “Kiii, Kara-kara… Kiii, kara-kara…” Extrañada fue a ver sigilosamente al cuarto de trabajo y detuvo el aliento, pues era el tejón, que estaba hilando, no se sabe desde cuando… “Kiii, kara-kara, kiii, kara-kara”. La mujer sorprendida sin voz alguna vio como el tejón, una vez terminado de devanar los hilos, los sacaba de la carreta y los apilaba ordenadamente tal como la vio hacer a ella.
Luego el tejón, con expresión de satisfacción en la cara, miró alrededor, de pronto su mirada se topó con la de la dueña de casa, hizo una reverencia con júbilo y se volvió al bosque. La dueña de casa murmuró: “¡Ah! mi querido tejón, gracias… Ahora, gracias a ti tendré un invierno aliviado de trabajo”, y le hizo un largo adiós al tejón que le pagó con creces el haberlo liberado de la trampa.
Oshimai.
Colorín colorado este cuento se ha terminado.
(Publicado en la revista digital Kantō número 2, páginas 40 – 41)