Había una vez … (Parte II)

Creo que me quedé en que el tipo tardó casi una semana en volver ¿verdad?

Cuando llegó, ahí recién empezó nuestra historia como trabajadores. Nos fueron separando de a pocos, llevándonos a diferentes prefecturas. A algunos como a mí, nos tocó Kanagawa, a otros dentro del mismo Tochigi, algunos más a distintas ciudades. En esos momentos comprendimos rápidamente que no duraríamos mucho tiempo juntos, y que ya más adelante, con suerte, podríamos volver a contactar. Comenzaba a desarrollarse la historia que habíamos elegido seguir.

Algo que no puedo dejar de contar es el proceso de “selección de personal”, así entre comillas, al que éramos sometidos.

Nos llevaban a cualquier fábrica que necesitaba mano de obra, que en ese tiempo eran muchísimas. Era obvio que entrábamos sin saber aún el idioma y el único que hablaba era el traductor, se dirigía respetuosamente al que suponíamos era el jefe. Éste nos miraba (la verdad no sé qué es lo que veía), se paseaba de un lado a otro frente a nosotros, se dirigía al traductor e iba señalando a los elegidos. Más tarde nos enterábamos quienes habíamos sido admitidos, y luego nos entregaban los uniformes de trabajo incluido los zapatos.

En ese tiempo había mucho trabajo, y las horas extras era lo que más abundaba. También los famosos ni-koutai (una semana de día y otra de noche). En el lugar que vivía, era el único que hacia turno de noche, y en esa semana era increíble, la empresa enviaba todos los días un taxi para recogerme y llevarme a la fábrica, al término de mi turno en la mañana, regresaba con la camioneta que dejaba a la gente del grupo diurno.

En mi primer día el nerviosismo hacía presa de mi, y a pesar de haber estudiado dos meses un curso súper intensivo, la verdad no fue de mucha utilidad, más tarde comprendería que el nivel del japonés hablado en las fábricas era distinto al que te enseñaban en las academias en el Perú.

El traductor iba con nosotros a la fábrica y empezaba a explicarnos lo que nos iba diciendo el jefe, y todo iba bien hasta que él se retiraba. Ahí empezaban los problemas, la ansiedad a tope, y a usar la palabra que más decíamos los recién llegados en la fábrica cuando el jefe se dirigía a nosotros ¿saben a cuál me refiero?

Hai (sí). Cuando el jefe se dirigía a nosotros, inmediatamente respondíamos hai (sí). Ni idea teníamos lo que nos estaban diciendo, pero siempre decíamos hai.

Y es que no sabíamos el idioma, pero la mayoría nos esforzábamos en hacer nuestro trabajo bien y rápido, ya que era la única forma que teníamos para demostrar que podíamos hacer correctamente las cosas.

El tiempo pasaba rápido y sin darnos cuenta llegábamos a fin de mes, y nos tocaba cobrar. Recibíamos el dinero y un papel tan delgado y pequeño que uno que otro le decía la “tripita”. Todo en kanji, con cantidades de ingresos y descuentos. Era nuestra boleta de pago, en la cual supuestamente estaba consignado el monto que nos tocaba obtener ese mes.

Me tocó vivir en un ryō, edificio de dormitorios típico de las fábricas. Había varios cuartos por piso, pero los baños, la lavadora, los caños, etc., eran compartidos. ¡Ah! en el primer piso estaba el comedor y en el sótano el ofuro (baño tradicional japonés). Eso también era nuevo para mí. Teníamos que sentarnos en unas bancas pequeñas con hueco en el medio, y en las paredes, en la parte de abajo, estaban dispuestos los caños con dos llaves, una de agua fría y otra de agua caliente. En una vasija se mezclaba el agua y de esa forma uno se terminaba de bañar. Una vez hecho esto, se podía ingresar a esa especie de piscina, que hasta el momento no sabía que tan caliente podía estar: estaba muy caliente, que casi salgo pelado de tan caliente que estaba. Después de un tiempo uno se acostumbraba y terminaba gustándole el ofuro.

Compartía el cuarto con un chico que recién había salido de un colegio de la colectividad nikkie del Perú. Por cierto, en el vuelo en el que llegamos más parecía que fuera un viaje de promoción, ya que realmente era un grupo muy numeroso de muchachos que recién salían del colegio.

Pienso que nosotros, mi compañero de  cuarto y yo, tuvimos suerte de que nos tocara vivir ahí y  aunque los encargados eras muy estrictos, no permitían las salidas muy tarde y las visitas no podían ingresar a los dormitorios, en el fondo eran dos buenas personas. Pese a que había reglas que seguir, el ingenio siempre permitía que los amigos terminaran con nosotros en el cuarto, pegándonos una “bomba” (borrachera) que de solo recordar me da dolor de cabeza.

Las personas encargadas de cuidar el edificio eran una pareja de esposos mayores, y como buenos japoneses siempre estaban interesados de todos los detalles de cada uno de nosotros… ¿qué cuantos años teníamos, cuántos hermanos, dónde vivíamos, por qué habíamos venido tan jóvenes?

La idea de que éramos afortunados por vivir en el ryō la confirmamos más adelante. Un tiempo después, uno de los amigos con el que trabajaba me invitó a ir a la casa donde le había tocado vivir. Cuando me dijo que vivía en una casa lo envidié por su suerte, pero ese sentimiento me duró poco, hasta cuando fui a la famosa casa en la que vivía y que tanto se comentaba.  Me di con la sorpresa de que allí vivían diez personas. Había un solo baño, una cocina, una única lavadora, una sola ducha.

¿Se imaginan lo que era entrar al baño, o lo que sucedía para poder cocinar, bañarse o lavar la ropa?

Era toda una odisea. Con decirles que ese día como de costumbre cada vez que nos reuníamos, hacíamos una “chancha” (colecta de dinero) y comprábamos las ichiban shibori (cerveza), y empezaba la jarana. Para ir al baño se formaba tal congestión en un ir y venir que el problema surgía si alguno se demoraba más de lo debido y ahí se armaba la de san quintín.

Por eso terminé queriendo mi ryō.

Hora de dormir amigos, nos vemos en la siguiente entrega .

Autor: José Luis Miyashiro

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3 Comentarios

  1. Y te acordaras (se acordaran) de las latas de 2 litros de cerveza que ahora ya no veo por ningun lado?. Cada uno llegaba con su “latita” de cerveza y nos amaneciamos aunque sea conversando para olvidarnos de la nostalgia ….ahora ya no se ve eso , ahora todo el mundo tiene internet.

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  2. Eso que comenta nuestro amigo Juan Nikkei es muy cierto, esas latas ya no se ven, y el avance tecnológico acercándonos virtualmente, nos aleja del contacto “face yo face”.

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  3. SI EL INTERNET SE HA VUELTO EL REFUGIO DE MUCHOS ..QUE PENA ,POR Q YA NO PODEMOS HACERNOS DE AMIGOS O DE MANTENER NUESTRAS AMISTADES ,AL REUNIRNOS PARA COMENTAR DE LAS COSAS QUE NOS PASAN DIA A DIA ,Y SI FRENTE A FRENTE !!

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