GOLPES BAJOS

TEXTO Y FOTOS: EDUARDO AZATO

Saya, calentando antes de la pelea de Kick-boxing infantil.

A Saya, como a muchos niños del barrio, uno la ve por las mañanas integrando el pelotón de chicos que parte desde la esquina y se va andando al cole, desafiando nieve, lluvia o ardiente sol.

Es campeona escolar de “dodge ball” —una variación del “Matagente” o “Balóntiro” en algunos de nuestros países— y adora a las “Momokuro” (las aidoru de moda, Momoiro Clover Z) de las que se sabe todas sus canciones.

Años atrás, cuando era más chica, quería ser “patissiere” —que en el siempre elegante francés quiere decir “pastelera”—, pero ahora quiere ser modelo. Vistió un primoroso kimono heredado de su madre para ir al hatsumode en su primera visita del año al templo local y espera lucir uno propio, cuando cumpla los 20,  en la fiesta de seijinshiki, cuando sea mayor de edad. Nada entonces que la diferencie de otras chicas de su edad, salvo que los fines de semana dedica algunas horas a darle puñetes y patadas a un saco de arena.

Sayaka practica un deporte de contacto, el kick-boxing, una disciplina creada en Japón que mezcla conceptos de combate del karate y el boxeo tailandés, y que, de un tiempo a esta parte, también es popular entre los más “bajitos”. La Saya es, desde hace unos meses, una luchadora infantil, talla “SS”.

Confieso que verla con guantes puestos y un protector dental que afeaba la diaria sonrisa de saludo que nos prodiga en las mañanas, me produjo mayúscula sorpresa. Corrijo: horror. ¿Cuándo me cambiaron a la delicada muñequita de porcelana del barrio con trencitas rasta, por esta fiera gladiadora romana en escala, por este kokeshi “Kill Bill 3”?

Decenas de chicos, todos de su edad y estatura, subían a intercambiar no precisamente cariñosos saludos de Año Nuevo en un cuadrilátero al aire libre, improvisado en medio de la calle, en uno de esos eventos semanales que organiza la municipalidad. Y aunque en el imaginario de los ignorantes sobre las particularidades de este tipo de deporte nos queda la impresión de ser una disciplina no apta para menores, lo cierto es que se cumplen todas las normas de seguridad y hasta cortesía, que se pueden apreciar en cualquier campeonato de karate para chicos.

En las ubicaciones de privilegio, en el “ring side”, como le dicen los que saben de estas cosas, entusiastas obaachan alentaban sin evitar cubrirse el rostro a cada golpe recibido; mientras, en las esquinas, entrenadores y padres de gesto adusto ordenan derechas, ganchos y patadas voladoras para mantener la distancia con el rival.

En la previa, a falta de “punching ball”, buenas son las mamás, fungiendo de asistentes y “sparrings”. Obviamente, ninguna de ellas se encuadra en el tipo “a mis hijos no los toca nadie, ni con el pétalo de una rosa”.

Y allí estuvo Saya “Puño de Dinamita”, subiéndose valientemente al entarimado para poner en práctica lo ensayado en la academia.

Su apacible rostro de “aidoru” se desfiguró a un rictus Stallone apenas sonó la campana, para abalanzarse sobre su rival lanzando desordenados directos de izquierda y sorpresivos puntapiés que saltaron como resortes hacia el cuerpo de su oponente, acumulando puntos. Hasta que llegó eso que llaman el “golpe de suerte” que le hizo doblar las rodillas y posarlas sobre el piso. Fue el comienzo del fin. Uno de esos golpes tan fuertes de la vida, yo no sé.

Una y otra vez, Saya cayó para erguirse nuevamente y levantar la guardia. Una y otra vez, sorbiendo ahora el sabor salado de sus lágrimas de impotencia, cuando quería probar la miel de la victoria. Una y otra vez, en segundos que ya se me hacían eternos, intentando darle la vuelta a la evidente superioridad de la adversaria. Perdió por nocaut, pero su orgullo quedó intacto, de pie.

Una mañana fría de “Guantes de Oro” que le subió la temperatura a los domingos, casi siempre festivos aquí donde vivo. Un domingo para fotografiar historias como la de Saya, hallada, literalmente, a la vuelta de la esquina. Y con moraleja cinematográfica añadida: Retroceder nunca, rendirse jamás. Como la vida misma.

Autor: Eduardo Azato

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