EL MUNDO DE RAIMUNDO

OTROSÍ DIGO:

EL MUNDO DE RAIMUNDO

Escribe: Eduardo Azato Shimabukuru

Le llamaremos Raimundo porque algún nombre ha de tener. Llegó como muchos jefes de familia al Japón abrumado por la crisis latinoamericana de los noventas y, tras unos años bien trabajados —con algunos rápidos retornos a la Patria porque la nostalgia agobia— decidió que la familia también debería venirse.

Así, Jaime y Claudita, se vieron de pronto haciendo maletas con mamá. Los chicos dejaron el cole, los amigos y las cosas a las que estaban acostumbrados, con más preguntas que respuestas acerca de la vida que llevarían en el nuevo país. De pronto, se vieron en un salón de clases en el que no entendían nada de lo que les decían, en el que nadie los conocía. Les costó no pocas lágrimas, pero se acostumbraron al final. Es por su bien, les dijeron.

Raimundo es esforzado y trabajador, pero aún con la esposa y los chicos aquí, extraña mucho al Perú, al que no cambia por nada, porque esto es temporal y algún día no muy lejano, dice, todos regresarán. El Perú nos espera, sigue afirmando a cuantos tiene al frente, como convenciéndose, dándole forma al caro anhelo. Reforzando el objetivo, no se le vaya a escapar. Ya es tiempo para volver, ahora las cosas están mejor, tengo planes, afirma con convicción.

Será por eso que Raimundo vive su mundo, y no tiene necesidad de asomarse fuera de él, de los linderos de su casa. No ha cambiado en lo mínimo su rutina de vida, y no ha tenido por qué hacerlo: tiene comodidades, no necesita hablar el japonés porque con sus compañeros y en su entorno, el idioma es el español. Y está al día de lo que ocurre allende el mar, como cualquier otro limeño. Hace algunos años descubrió que el internet es la puerta a abrir para sentirse en casa nuevamente: ríe con salsa los fines de semana, llora cuando pierde la “U”, no se olvida la telenovela de las 9, se indigna con un escándalo de la farándula chola.

Por aquí no se pierde la iglesia, la procesión, ni las actividades del equipo, porque se siente bien entre su gente. Hasta hace algunos años vestía a sus hijos con camisetas rojiblancas y recorrían varios kilómetros para celebrar en un gran evento las Fiestas Patrias del Perú, pero nunca les dijo el por qué debían hacerlo. Como tampoco ellos se explican por qué deberán votar cada cierto tiempo por rostros que no conocen, en elecciones de un país en el que no viven. No saben, ni opinan, sobre muchas cosas referidas su tierra, al que la distancia y los años, la han convertido sólo en una remembranza.

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En las conversaciones de Papá Raimundo sólo existe el Perú, ese país que dejó hace más de 15 años y que hoy es totalmente diferente, más cambiado, mejor, como para sacar pecho, una bandera que enarbolar con mucho orgullo. Sus recuerdos son como fotografías que hoy no hallan correspondencia con la actualidad; se han detenido en el tiempo y, aún así, no duda en compartirlas con quien quiera escucharlo, una y otra vez, repetitivo en los acontecimientos, aburrido para sus oyentes. Y así se le pasa la vida.

Se lo machaca también a sus hijos, hoy ya jóvenes y adaptados al Japón, con pocos recuerdos de su país, al que sólo reconocen por los telenoticiarios. Jaime y Claudia se saben diferentes, pero en la vida diaria hacen lo posible para ser iguales a sus amigos. Les es difícil vivir varias horas del día en Japón y, caída la noche, retornar a casa, donde queda otro país. No han aprendido cómo hacerlo, después de tanto tiempo.

Raimundo cree que Japón no es para él, que sus gentes discriminan al extranjero, que las restricciones son más duras para los de fuera que para cualquier local, que los procedimientos son más engorrosos para él, por ser extranjero, por no hablar bien. Que las leyes deberían ser como en el Perú, porque aquí a menudo lo afectan. Que los doctores ni las medicinas curan, que educan mal, que mejores son los vegetales de allá, que todo le da estrés.

Y a cada desazón, a cada problema, responde escudado en el recuerdo de su país. Allá no ocurriría lo que pasa aquí, les dice a los chicos. En el Perú las cosas son diferentes, son más abiertos, no hay tanta frialdad. El Perú podría ser potencia, si no fuera por sus gobernantes corruptos, les ilustra; que un sabio dijo que somos un mendigo sentado en un banco de oro. Apenas juntemos lo que tengo en mente, nos vamos, allá viviremos mejor, anuncia, como siempre lo hace cuando está enojado.

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Jaime y Claudia están hartos y no entienden el por qué de tanta comparación, y ya no aguantan más. Han sido muchos años de lo mismo y llegó la hora de preguntar:

—Papá, si dices que el Perú es mejor que Japón, ¿por qué nos trajiste?, ¿para qué nos hiciste dejar el colegio?, ¿por qué no nos preguntaste? Y ahora que estamos bien aquí, ¿quieres que te acompañemos otra vez?

(Publicado en la revista digital Kantō número 2, páginas 42 – 43)

Autor: Eduardo Azato

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2 Comentarios

  1. Buenisima nota ….. esto hasta parece que lo hubieramos conversado de antemano ….. hace mucho tiempo conocí a una persona (otro Raimundo) que se la pasaba diciendo sobre su hija de 5 años : No se debe acostumbrar demasiado a Japón porque en poco tiempo nos vamos a regresar ….. hace poco me envio invitacion para el matrimonio de la hija.

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  2. Buen articulo. Cuantas broncas me he ganado con tantos Raimundos, de los notorios y de los solapas. Algunos me dijeron que me creo “Ponja”, “Ponja bamba” y otros adjetivos ridículos, solo por el hecho de opinar que debemos aprender las cosas buenas que nos brinda este país, sin olvidar tampoco lo valioso que tenemos del nuestro. Pero mucha gente después de 15 o 20 anhos aca, quiere seguir viviendo en un ghetto, encerrados , viendo solo videos, tv o internet de Peru y sin enterarse de lo que pasa a su alrededor. Da pena ver a ninhos haciendo de traductores de sus padres, personas que no pueden cruzar tres palabras con su vecino, que están todo le dia renegando de Japón, su gente, su sistema, su “todo”, pero siguen aquí sin adaptarse, sin regresarse y muchas veces poniendo piedras enel camino de la gente que si quiere quedarse y borrar la mala imagen que puedan tener los extranjeros aquí.

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