El Chamán
Por Héctor Adaniya
Conocí al Chamán del Norte en un simposio sobre el ayahuasca realizado en Pucallpa en el que participé durante un periplo por la amazonía peruana cuyo principal objetivo era la búsqueda de El Dorado y en el que, de paso, me proponía comprobar la veracidad de una afirmación que había despertado mi curiosidad científica y que había leído en un libro —”Los cojudos”— del gran escritor y humorista peruano Luis Felipe Angell, más conocido como Sofocleto, en el que ponía como una de las cien causas más comunes para adquirir la condición de tal: “La alucinante experiencia de acostarse con loretana”. Después de un trabajo de campo sacrificado y agotador en el que investigué personalmente mil doscientos casos y tras el cual estuve a punto de quedar tísico irreversible, llegué a la conclusión de que la mujer de la amazonía no era especialmente ardiente, bueno, más ardiente que la mujer esquimal promedio sí, pero no más que el resto de las peruanas y que, por lo tanto, la afirmación de Sofocleto era una exageración, aunque muchos, después de ver mi cara, piensen lo contrario. No, mi cara es así de nacimiento. Lo que había ayudado a crear la leyenda era el empleo abusivo del Chamico, la Pusanga y una gran variedad de filtros amorosos, de los cuales, una de las mujeres objeto de la investigación, me dio a probar uno: un brebaje oscuro y amargo que despedía un fuerte olor a mariscos y que hizo que perdiera totalmente la voluntad y que pudiera ser manejado como un títere, gracias a lo cual todos mis ahorros pasaron a la cuenta de la mujer y yo pasé a ser su esclavo, hasta que me rescató el Chamán, que me hizo beber un antídoto.
El Chamán, por cuya honestidad yo no vacilaría un segundo en poner mis manos al fuego, siempre y cuando, claro, me hubiese puesto uno de esos guantes de asbesto que usan los geólogos para recoger muestras de lava hirviente, que siempre estaba pensando qué negocio hacer y pese a que ya habíamos fracasado con la Huasca Cola (bebida gaseosa de fabricación casera, cuyo principal ingrediente era la Ayahuasca, que el Chamán y yo empezamos a vender con gran éxito por la amazonía peruana, diez años antes que a los Añaños se les ocurriera hacer lo mismo en Ayacucho, hasta que nos enjuiciaron conjuntamente la Coca Cola (por usar sus botellas) y la Inca Kola (por apropiarnos de su slogan publicitario: Huasca Cola, la bebida de sabor nacional), me propuso aprovechar los conocimientos adquiridos en el curso de mis investigaciones. Fue así como el 31 de diciembre de 1979 fundamos la empresa “Afrodisíacos Naturales Yerbalife”. Para la propaganda en la televisión, el Chamán propuso a Camucha Negrete, porque, según él, “aunque ya no era tan joven, era charapa y estaba más buena que pepa de mango”.
Y conseguimos ser auspiciadores exclusivos del Alianza Lima, ese gran Alianza bicampeón de las temporadas 1977-1978.
En los grandes ventanales de nuestra tienda principal de la Av. Larco, en Miraflores, podían verse unos enormes posters con las fotos del Nene Cubillas, El cholo Sotil y César Cueto, el poeta de la zurda, que decían, en grandes letras: YERBALIFE Y ALIANZA LIMA Juntan sus fuerzas. ¿Qué pasó para que, lo que habíamos proyectado se convirtiera en una multinacional con sucursales en las ciudades más importantes del mundo, terminara quebrando a los pocos meses? Se decía que Fernando Belaúnde Terry, en plena campaña electoral, había tomado uno de nuestros productos, pero sin obtener los resultados deseados y que Violeta Correa, su mujer, había declarado, decepcionada: “¡No pasa nada!”. El asunto terminó por ser de dominio público y Belaúnde se convirtió en el blanco de las burlas. Nunca nos perdonó. El 28 de Julio del año siguiente, tras ser proclamado presidente por segunda vez, lo primero que hizo fue devolver los medios de comunicación a sus dueños y lo primero que hicieron éstos fue cancelarnos los contratos de publicidad. Esa fue la última vez que vi al Chamán en persona. Antes de despedirnos, me hizo mi Carta Astral. Sólo dos personas acertaron a la hora de pronosticar mi futuro: mi profesor de Filosofía y Lógica del colegio, quien vaticinó que yo llegaría muy lejos (Llegué a Japón), y el Chamán, que dijo que yo destacaría en la Prensa. Yo, que por entonces soñaba con revolucionar la historia de la literatura y que, con mis compañeros de San Marcos, había publicado ya nuestro Primer Manifiesto en el que declarábamos la Muerte de toda la literatura anterior a nosotros y proponíamos por lo tanto el desalojo y quema de todos los libros de todas las bibliotecas del mundo para dejar espacio a la Nueva Literatura, la nuestra, le dije al Chamán que debía estar equivocado, porque yo aspiraba a más, no me conformaba con ser un simple periodista. Pero al final el Chamán tuvo razón: destaqué en la prensa, chancando latas en una fábrica de autopartes donde nadie era más veloz que yo.
Como aún no estaba totalmente recuperado de mis fatigas intelectuales en la selva (pesaba entonces treinta kilos) y como me recomendaron un clima seco y, mejor aún, frío, decidí ir a Huancayo, donde tenía parientes, y fue así como conocí a mi chica gracias a cuyos cuidados pude finalmente recuperarme. En base a las experiencias vividas durante esas semanas, me propuse escribir una novela donde el protagonista vivía un romance con su enfermera y que se iba a llamar “Adiós a las armas”, a lo que tuve que renunciar cuando me dijeron que Hemingway ya la había escrito cincuenta años antes.
Cuando por fin estuve completamente restablecido, mi chica se enteró del motivo que me había puesto en ese estado y fue de esta manera sorpresiva como supe que ella era cinturón negro de karate. La demostración práctica que me hizo sólo me ocasionó un politraumatismo con fractura múltiple y generalizada de todo el sistema óseo, es decir que, salvo las orejas, la lengua y el verdadero culpable del asunto, las únicas tres partes invertebradas del hombre que, gracias a Dios, salieron ilesas, terminé más vendado que una momia egipcia.
Pero como, de las muchas clases en que puede dividirse el Amor-pasión, nuestra relación pertenece a la llamada Pasión Andina, más comúnmente conocida como “Amor Serrano”; o sea, más me pegas más te quiero…
¡Qué más puedo pedir!