Eran las once de la mañana de un frío martes otoñal. Había salido en el auto en búsqueda de algún paisaje o algo en el camino que me despertara el deseo de prender mi cámara y disparar. Luego de hacer unas tomas de reflejos de árboles en el río y de algunas nubes y cuervos, llegué nuevamente frente a él. Lo había visto varias veces y varias veces quise detener el auto y entrar, pero por falta de tiempo y otros motivos no lo había hecho. Esa vez no me quedé con las ganas y fui a echar un vistazo. Ni bien había empezado a husmear, llegó un auto y se estacionó junto al mío. Bajó una delgada señorita de cabello ondulado y pestañas postizas y me dijo: “Es muy temprano, la función empieza a la una”.
Hacía más de dos décadas que no ingresaba a uno. Regresé minutos antes de la una y sin darme cuenta me encontraba sentado, esperando ansioso e impaciente el inicio de la función. De la única función del día. Mi impaciencia se fue disipando cuando caí en la cuenta que el ambiente en el que me encontraba era por sí solo un espectáculo: La alegría de un payaso dando la bienvenida en la entrada, la música, los niños riendo, observando boquiabiertos y comentando con sus padres todo lo que les llamaba la atención mientras se ubicaban en sus butacas, y el gran telón a la espera de ser corrido para sorprendernos y atraparnos con arte y magia en el fascinante mundo del circo.
En todo el tiempo que llevo viviendo en Japón, era la primera vez que veía instalarse cerca de casa una tradicional carpa circense. La del “Pop Circus”, que era enorme y de color rosa, apareció de la noche a la mañana en una de las esquinas de una avenida muy transitada sobretodo los fines de semana. La curiosidad me llevó hasta la puerta como les conté y aunque había mucha similitud con los circos que visité de niño, no percibía el peculiar aroma que denota la presencia de animales. Todo era muy pulcro y ordenado como suele ser cada rincón en este país. Al estar sentado, por un instante tuve la sensación de estar en un cine, pero bastó levantar la vista para divisar las plataformas utilizadas por los trapecistas y las columnas de fierro que sostenían el gran toldo de lona.
En cuestión de segundos mi mente viajó al pasado. Las fiestas patrias peruanas en julio de cada año adornaban cada rincón del país con banderas rojiblancas, pero también con carpas circenses que atraían por su gran tamaño e iluminación. Recuerdo nombres como “El Circo Ringling”, “Los Hermanos Fuentes Gasca” o “El Gran Circo de Moscú” y atracciones como “El hombre bala”, “La esfera de la muerte” con sus avezados motociclistas, “Los delfines Flipper y Sissy”, “Kiko”, “La Chilindrina” y demás personajes de la vecindad del Chavo, pero sin duda la parte más esperada, al menos por mí, era cuando el espectáculo se detenía por algunos minutos y eran colocadas las rejas de protección alrededor del escenario, pues harían su ingreso el domador y las fieras salvajes. Era la atracción que más disfrutaba y que a la vez algo de temor me causaba. Muchas veces mi imaginación infantil escenificaba un “motín felino”, donde las rejas caían y los leones, tigres y panteras vengaban su encierro causando caos y muerte, para luego escapar rumbo a casa.
Mientras esperaba el inicio del show y con los recuerdos y alucinaciones saltando y mezclándose en mi mente cual pop corn, iba haciendo pruebas con mi cámara fotográfica con la idea de poder capturar algunas imágenes del espectáculo que estaba a punto de comenzar. Entre prueba y prueba, se sentó junto a mi un japonés y me dijo: “Muchacho, no podrás hacer fotos, está prohibido”.
—¿Ni una sola? —le dije con cara de súplica.
—¿Eres periodista? —preguntó el hombre.
—No, pero escribo historias y esta me parece genial pues no sabía que en Japón había circos de este tipo, como los hay en mi país. ¿Hay animales?
—Solo perros. El trámite para animales salvajes es muy complicado —respondió el japonés con ese gesto característico que ellos hacen cuando en realidad es muy complicado.
—¿De dónde eres? —preguntó, siempre amable y sonriente.
—Soy de Perú —le respondí, y nos presentamos.
—Aquí tenemos un payaso de Perú—y pronunció payaso en español—. Puedes hacer fotos de los payasos si gustas pero sólo de ellos y nadie más. Ah, no utilices flash, por favor —dijo el amable señor y me entregó una identificación para prenderla en la solapa.
—Muchas gracias y si no es mucho pedir me gustaría conversar con el payaso peruano.
—Veremos. Quizá unos minutos después del show —respondió. Luego les hizo señas a los encargados de ayudar a ubicar a la gente en las butacas, indicándoles el permiso que me había dado de hacer fotografías.
No podía salir de mi asombro. Conozco a muchos de mis compatriotas desarrollándose en diferentes campos en esta parte del mundo, incluso conozco a un par de peruanos que trabajan como payasos en shows de fiestas infantiles para la comunidad peruana, pero era la primera vez que sabía de uno que tenía al circo como hogar y que era payaso de profesión. En ese momento el espectáculo pasó a un segundo plano, sólo quería que éste acabe e intentar conversar con él.
Al ver a los payasos en escena pude descubrir rápidamente con cual de ellos compartía el color del pasaporte, por el estilo, que si bien era “blanco”, tenía el toque “criollo” y el código de humor que en un principio pensaba era entendible sólo entre peruanos, pero que para mi sorpresa y orgullo, hacía reír a los japoneses también. Al apreciar su arte y verlo salir de escena entre carcajadas y aplausos, comprendí una vez más aquel cliché que dice que nadie es profeta en su tierra. El ser testigo de que sí es posible hacer reir sin caer en la burla barata o en la parodia basada en estereotipos étnicos o culturales, fue gratificante.
Cuando acabó el show, pude conversar unos minutos con “Dulcito”, tan sorprendido él con que un peruano lo quiera entrevistar, como yo lo estuve cuando supe que vería a un payaso peruano actuar. Luego, intentamos coordinar un encuentro que, debido a su agenda recargada y a mis complicados horarios laborales no concretamos. Sin embargo, supe algunas cosas sobre él que quiero compartir con ustedes.
Su nombre es Jonathan Hernán Anaya Paredes. Es limeño, del populoso distrito de Los Olivos.
Su padre, también payaso, conocido como “Dulcesito”, lo llevó a conocer el mundo del circo desde muy pequeño, por lo que la carpa y el llevar una vida itinerante los considera su hábitat natural. Recorrió varios circos en la capital peruana, entre ellos el famoso “Montecarlo”, pero con los años, y debido a los contratos de algunos empresarios circenses con personajes de programas cómicos y miniseries de televisión de moda, el prestigio y la esencia del circo tradicional se fue perdiendo, inventándose en el Perú una nueva forma de hacer circo, donde las verdaderas estrellas de éste pasaban a un segundo y tercer plano, para ser reemplazados por sketchs cómicos y musicales sin gracia. Toda esta crisis llevó a Jonathan a emigrar a países como Brasil y Chile. Fue en este último donde creció artísticamente hablando ya que en Chile, los circos tradicionales no han perdido espacio y el talento de los payasos, malabaristas, acróbatas y trapecistas es muy valorado y respetado. En Chile logró aprender otras artes que complementaban su trabajo, como tocar instrumentos y la acrobacia.
Después de un año en el país de la cueca regresó al Perú, pero al poco tiempo volvió y fue en esa oportunidad cuando le propusieron venir a Japón por seis meses. Al principio le costó adaptarse al sistema, pero poco a poco lo ha logrado y hoy valora la estabilidad y el buen trato que recibe por parte de los empresarios y del público japonés en general. Dice que hacer reír a los nipones es muy sencillo. Que son ingenuos y siempre prestos a interactuar en los juegos y bromas que prepara . Dice que “Cada país tiene sus propios códigos de humor. En Estados Unidos colocas una palomita de maíz en la cabeza de alguien y es gracioso; en Perú haces lo mismo y te mandan a la “M”. En Perú haces el gesto de arrebatarle la cartera a alguien cual ladrón y todos ríen, aquí haces lo mismo y el japonés se queda desconcertado, sin entender la broma”.
Jonathan conoció a su actual esposa, la bella cubana María Ruiz, entre los ensayos de su nuevo circo en Japón. Si bien vino por sólo seis meses, ya lleva más de dos años aquí, y en febrero decidirá si sigue compartiendo su arte con el público japonés o acepta una propuesta que tiene para viajar a Alemania. Extraña mucho Perú, sobre todo a su pequeño hijo de cinco años, pero tiene un sueño: regresar a la patria y montar su propio circo. Por eso no deja pasar estas oportunidades en el extranjero, que no cualquiera tiene y que le ayudarán a cumplir su meta. Por lo pronto ya compró la carpa y está planificando el espectáculo que piensa montar y con ello intentar recuperar para los peruanos la maroma y el espíritu del circo tradicional.
El Pop Circus cumplió su temporada en mi ciudad y partió rumbo a la prefectura de Chiba. Hoy pasé por la esquina de aquella avenida en donde estaba la gran carpa rosa y el lugar luce triste y vacío, pero el recuerdo del gran espectáculo que tuve el privilegio de ver permanecerá en mi memoria, como todo lo bueno, por siempre. ♦
Publicado en la revista digital Kantō número 3, páginas 12 – 19:
22 diciembre, 2013
Como siempre , no deja de sorprenderme las historias de Kanto… Un saludos para todos los que integran esta pagina !!! … Miles de Bendiciones !!!
22 diciembre, 2013
Gracias por tus saludos y por tus palabras Guilana.
22 diciembre, 2013
Gracias por leer la nota y por tan bonito comentario, Guillana. Un fuerte abrazo.
2 mayo, 2014
Interesante y sorprendente el haber encontrado un compatriota en un circo japonés .
19 agosto, 2014
Que bien Que dulcito le vaya super exitos dulcito !! regresa a peru queremoos un circo de verdad y no de oportunistas mediaticos k dan pestes de circo y no valoran al payaso peruano . 😀
13 septiembre, 2014
Hola conozco a Jonathan como amigo del cole y me siento orgullosa como peruana que este sobresaliendo en el extranjero, mas que nada con una profesión que no es tan fácil , la de hacer reír a los demás, y es muy cierto cunado dice que aquí en nuestro país la esencia de lo que era un circo se ha perdido con el tiempo, esperamos que vuelvas pronto Dulcito a regalarnos nuevamente esa magia del colorido mundo de un verdadero circo! Te esperamos