Por Martha Amalia Vetter Ariza
¡Hay días que, son días! Hoy tenía una cita en Harajuku con una personita muy linda, me voy muy contenta, aunque por la mañana ya había estado algo irascible, que es algo muy raro en mí…
Subo al tren, un solo asiento, me voy a sentar y viene un gordo joven, me empuja y se sienta, me mira “achorado”, se ríe. Pienso que este es un enfermo. En la siguiente estación se queda vacío el lugar al lado del gordo, me siento. En la otra estación sube una señora con su bebé en brazos, el repugnante gordo la mira y sonríe con maldad. Me paro y le cedo mi sitio a la mujer. En la siguiente estación sube una anciana preciosa y el gordo sonríe con “cacha” y la madre con el bebé se levanta para darle el asiento. El gordo tiene cara de “malandro” y me mira desafiante y burlonamente. Se me sale la rabia y le digo: “párate tú, gordo sinvergüenza”, y obvio mil cosas más, corro el riesgo de que se me “achore”, el “malandro” cambia de cara, la pose de “súper malandro” se le desarma, se pone pálido, se para y se va a otro vagón.
Hago cambio de tren, ahora al Yamanote Line, subo, más o menos lleno, un lugar vacío al lado de una pintarrajeada minifaldera, pero la muy fresca tiene su “carterón” en ese asiento. Tomo el “carterón”, lo pongo en el suelo y me siento. Para ser franca en un comienzo pensé en sentarme encima, pero menos mal que no lo hice. Me sorprendo cuando una viejita comienza a aplaudir y así sigue haciéndolo más gente, la “comadre” agarra sus cosas y se baja en la siguiente estación.
Esos dos se cruzaron en mi peor momento… A Dio gracias pude pasar una tarde agradable, ¡gracias cita!