Por Pablo Lores Kanto en Jun 9, 2013
Roku*
Cuento Por Pablo Lores Kanto Aún no se había recogido toda la ceniza de la Segunda Guerra mundial cuando se casaron en 1949. De ese amor no hubo hijos. Por más que lo intentaron. Cada vez que lo hacían, o mejor dicho, después de hacerlo, Nanako se lavaba las manos con jabón seis veces. Sí, seis veces. Como si se tratara de una costumbre cabalística. Yuusuke, su marido, ya no le da importancia a la higiénica obsesión de Nanako. Manías de mujer, dice. Por supuesto, hace años se lo preguntó. Cuando la conoció. Cuando lo hicieron por primera vez. –Nanako, ¿por qué te lavas la mano seis veces? –Será porque no son cinco ni siete –fue la enigmática respuesta de Nanako. Y esta noche se lo ha vuelto a preguntar, después de treinta y dos años, ya acostados con las luces apagadas. Hace treinta dos años su respuesta no despejó el misterio. Duda que ahora lo haga. Entonces, Nanako abre su libro de recuerdos y vuelve las páginas una por una hasta llegar al capítulo olvidado. El seis, para no desentonar con la cifra. Capítulo VI Postguerra, Gotanda, Tokio. Nanako tiene diecisiete años de edad. No es bella. Es joven. Halló ese trabajo en los avisos clasificados del Yomiuri con un título sugestivo: “Necesitamos muchachas para trabajo manual”. El lugar del empleo no era una fábrica textil o una tienda de chucherías artesanales. Era la puerta trasera de un bar. La señora que le hizo la entrevista se identificó como Tomoko, propietaria del local. –Presta atención Nanako –le dijo Tomoko, la dueña de bar, una dama de esas que procura mantener a raya la vejez con ungüentos, cosméticos y otros afeites– lo tomas entre tus manos y empiezas a tirar de él de una manera rítmica, ajustando y desajustando, como si fueras tú un granjero que, sentado en una banqueta con un cubo de hojalata, despoja a una vaca de la leche que se le acumula en la ubre. Sé que nunca en tu vida has ordeñado una pero debes imaginar, mientras tiras de ese cuajo una y otra vez, que se trata de la misma sensación. –Sí, señora. –Ummm… ¿Has entendido, Nanako? –Sí, señora. –Tienes que practicar, Nanako. –No es necesario, señora. Ya entendí. –¡Cómo qué has entendido! Estas cosas no se entienden, se aprenden con la...
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