Una casa cerca de la estación

Relato (Ficción) por Pilar Medina

Era fines de junio, el verano se empezaba a sentir, pronto llegaría la época de los matsuri y hanabi, por eso todos los fines de semana iba a ensayar el odori, porque ese año la oyasan me dijo que si quería participar era bienvenida. Siempre había sido solo espectadora, nunca participé, así que la idea me pareció de las mejores. Íbamos  juntas y regresábamos cerca de la hora en que mi hija volvía. Lo hicimos durante poco más de un mes hasta que llegó la fecha del matsuri.

una_casa_cerca_de_la_estacionEl día anterior la oya vino a la casa y se quedó conversando con nosotras hasta pasada la media noche, cosa extraña en los japoneses, pero esa noche por alguna rara razón ella se quedó sentada en la puerta de la calle que permaneció abierta, no intentamos cerrarla para evitar que pareciera una invitación a que se marchara. Entonces fue cuando nos contó algo tan extraño como la noche misma, nos dijo que ella tuvo una hija,  que había nacido con muerte  cerebral debido a la demora en el parto y que se estranguló con el cordón umbilical, pero nació viva por así decirlo.

Dijo que desde que llegó a este mundo no se movió, solo sus ojos indicaban que estaba viva. Ella la cuidó desde entonces con el amor de una madre, le enseñó a tomarla de la mano y así se acostumbró a dormir mientras cogía su manita, es por eso que dispusieron una cama al lado de ellos. Cada noche parecía esperar que tomara su mano para dormirse, la mano de su madre aparentaba darle paz y dormía confiada, al menos eso creía, aunque muchas noches en que despertó se encontró con la mirada fija de la niña en medio de la penumbra. Cada noche había que levantarse dos o tres veces a drenar la saliva que se acumulaba en su boca para que no se ahogara, así lo hizo durante todas las noches de catorce años.

Casi al aproximarse el cumpleaños número quince, en una noche en que su día había sido gris, tanto por fuera como por dentro de su alma, un día en que muchas cosas pasaron, ella vio con más dolor la escena, vio la misma mirada sin expresión en los ojos de su hija y se preguntó si en ese cuerpo que crecía había vida, catorce años quiso creer que sí, pero esa noche no pudo más, mil ideas le dieron vuelta en la cabeza, estaba exhausta cuando se vio avanzando hasta la cama en que yacía la niña y con la misma mano que antes la sujetaba, apretó la almohada sobre su rostro con todo el dolor acumulado en todos esos años hasta que se le agotaron las fuerzas. No supo cuánto tiempo pasó y se dejó caer como si todo se acabara en ese instante. No recordaba lo que sucedió después, solo imágenes borrosas, todas se mezclaban, el marido, la policía, el cadáver, todo daba vueltas, la policía preguntaba, ella no escuchaba o no entendía, quería huir pero su cuerpo no respondía y ahí se quedó viendo pasar todo; su marido la miró, puso una mano en su hombro y sintió su compasión, «daijoubu —le dijo—, todo va a estar bien». La policía indagó por varios meses pero no encontró nada sospechoso. Su esposo, quien nunca preguntó nada, se encargó de todo, el médico de la familia certificó muerte por asfixia debido a la saliva, no la acusaron de nada, solo que en su mente quedó el recuerdo de una niña de catorce años que fue su hija…

una_casa_cerca_de_la_estacion-(2)Han pasado los años desde aquella noche. Sus otros dos hijos se marcharon del hogar, uno se casó y el otro se fue a vivir a Hokkaido, por trabajo. La casa les fue quedando grande, decidieron dividirla en dos y rentar la parte delantera. Pusieron un aviso en Internet donde decía: «Se alquila casa de dos pisos a cuarenta mil yenes y a cinco minutos de la estación». Vivir cerca de la estación es de gran ventaja. Nosotras habíamos regresado de Perú no hacía mucho y estábamos buscando un lugar justo cerca de la estación de trenes. Cuando vimos el anuncio no lo pensamos dos veces y la solicitamos para alquilarla, después de los trámites nos dieron las llaves y esa misma tarde mientras bajábamos del coche nos paramos a contemplar el lugar. Se veía muy acogedor con muchas ventanas al estilo europeo, estábamos tan encantadas que no reparamos en un cuervo que se había parado justo sobre nosotros cerca a la ventana y mientras graznaba nos miraba fijamente y se agachaba como si nos dijera algo. Pensé que al ser un cuervo parecía que nos insultaba, solo atiné a decir: «¡Oh, un cuervo, qué raro!» No le dimos más importancia y nos dispusimos a entrar. Nuestra intención era limpiar la casa antes de habitarla pero la hallamos tan reluciente y habían dejado lindas cortinas de encaje blancas y cubre pisos, hasta el set de baño todo nuevo en color rosado. Nos pareció un poco extraño, pero nos hizo recordar al Japón de antes, así que pensamos que ya no era necesario limpiar, solo traeríamos las cosas.

Más tarde conoceríamos a los dueños que vivían en la misma casa pero en la parte posterior, separados por un pequeño patio y una escalera. Justo enfrente de nosotros quedaba un sótano, un primer y segundo piso que tenia una gran ventana, en realidad toda la pared era de vidrio, allí se sentaba el esposo, un japonés de sesenta y ocho años, en una mesa al estilo nipón y leía o fisgoneaba, ya no lo sé, ahora todo se ha vuelto muy confuso… Después de todos los preámbulos los días pasaron normales aunque a veces la pareja parecía estar viviendo nuestras vidas, se dedicaban tanto a nosotras que hasta nos preocupaba; sin embargo, lo aceptamos, después de todo no teníamos mucha familia en Japón. Aunque luego empezamos a tener la sospecha que mientras no estábamos ella entraba a la casa, muchas veces mi hija encontró alguna cosa fuera de su sitio en su habitación y en broma decía «mis peluches se mueven cuando no estoy». El esposo solía fotografiarnos y comentaba que ya le había mencionado a su hijo de Hokkaido que tenía que casarse con mi hija, «claro, después de unos años, pues todavía tiene catorce, próximos a cumplir quince…» Fueron pasando los días hasta que llegó julio y con él la noche de la confesión, después de escucharla quedamos en estado de shock, nos costaba pensar que la tendríamos que ver al día siguiente y bailar en el matsuri como si nada. Pero igual, la hora llegó, fuimos y nos olvidamos del tema con el festival. Mientras regresábamos a casa, ya tarde en la noche, se nos acercaron unos borrachos y molestaron a mi hija, nos rodearon y le pedían un beso. Entonces para mi sorpresa la oya apareció de repente de algún lado, y empujó a uno de ellos. Luego vino un policía al que antes le habíamos invitado una lata de té verde, que él aceptó pero lo guardó para cuando terminara de trabajar. Los borrachos se fueron y el policía nos acompañó hasta la casa que no estaba lejos de allí, nos despedimos rápidamente de los dos y entramos casi corriendo.

No podíamos evitar hablar del tema y mientras lo hacíamos nos dimos cuenta de que la oya había cambiado últimamente su trato hacia mí, ya no me miraba a los ojos, casi no me hablaba y cuando estábamos las tres parecía competir conmigo, además le daba demasiada atención a mi hija y la esperaban, ella y su esposo, hasta que llegara después del arubaito, a pesar de que salía tarde en la noche, pero ellos nunca apagaban sus luces antes de que mi hija volviera. En realidad sucedieron muchas cosas extrañas, solo que no nos detuvimos a verlas o ¿no las quisimos ver? Un día al regresar del trabajo y entrar a casa la vi diferente, no estaban todas mis plantas. Qué extraño, pensé, pero no me alarmé, tenía que haber una explicación. Me preguntaba si mi hija sin decirme nada las sacó al sol o algo parecido. Mientras intentaba que se aclararan las cosas cogí la basura y la llevé hasta el basurero para que el carro recolector se la llevara al día siguiente y para mi sorpresa todos mis maceteros estaban ahí. Me asusté, pero las llevé de nuevo a la casa, porque yo amo a mis plantas y siempre le dije eso a la oya. No sabía qué hacer, ahora estaba claro pero me preguntaba repetidamente ¿qué pasó? Hasta que me di cuenta, creo que ella me quería fuera, estaba confundiendo las cosas en su cabeza. No le dije nada a mi hija para no alarmarla, pensé que encontraría una solución.

una_casa_cerca_de_la_estacion-(3)Esa noche apenas pude conciliar el sueño, a la mañana siguiente me fui a trabajar pero no encontraba una salida al asunto.  Al volver a casa esa tarde, encontré cucharas y otros utensilios de la cocina en la sala en un orden extraño como si hubiera un mensaje, me espanté, parecía un cuento de terror. No me preocupé en descifrarlo, solo busqué mi teléfono y llamé a mi hija para decirle que esa noche nos iríamos a cualquier lugar, que no quería que regresara a casa. Pero no respondía. Salí corriendo a esperarla en la estación hasta la hora que llegara mientras seguía marcando el teléfono. Llegó la hora en que ella siempre retornaba y no la vi, me preocupé más, pensé que a lo mejor se confundió entre la gente y se había ido ya. Corrí como loca, no quería que entrara, quería que nos fuéramos  a cualquier lado, pero que no regresáramos allí, de pronto timbró el teléfono, me apresuré a contestar y salía en la pantalla número oculto. ¡Hola!, dije, nadie respondió, sonó tres veces más, igual número oculto. Cuando llegué a la casa vi la luz encendida, entré apresurada y ahí estaba mi hija, pálida con cara de espanto. Me contó que en la ventana grande, esa donde el esposo de la oya se sentaba y que desde que nos revelara su secreto se veía oscura como si se hubieran desaparecido los dos, de noche las luces estaban apagadas y de día la casa parecía abandonada, había visto algo o a alguien parado con los brazos que colgaban separados del cuerpo, tenía la silueta de la oya, lo único que se percibía mejor era una mirada sin vida, una mirada fija, y aunque la penumbra no permitía distinguir mejor, el aspecto que tenía helaba hasta los huesos, nunca sabremos si fue la mamá o la hija muerta quien hizo todo lo que aquí nos tocó vivir pero en ese momento solo queríamos irnos de allí.

Corrimos al cuarto de la sala que era el más próximo a la calle, quisimos cerrar la puerta pero era al estilo  japonés  sin llaves ni cerrojos, oramos, buscamos el número de la policía, los llamaríamos y les contaríamos todo desde el principio, quizá no nos creyeran pero al menos por esa noche nos ayudarían. Antes, llamamos a un familiar y le contamos  lo que pasaba a grandes rasgos, él nos dijo que fuéramos a su casa en cuanto pudiéramos, pero esa noche era imposible porque era tarde y ya no habían trenes. Recordamos que en el segundo piso la puerta tenía cerrojos, corrimos hacía arriba y al entrar toda mi ropa estaba cortada y destrozada, jalamos el catre y lo pusimos contra la puerta. De pronto vimos que las luces de la ventana grande se prendieron y hacían sonidos como de latas o fierros, no lo sé bien, sonó el teléfono, era el número oculto, no lo quisimos coger, hasta el teléfono daba miedo. Tomé valor y pensé en apagarlo porque su sonido en ese instante era insoportable, de pronto volvió a sonar, miramos la pantalla y era el familiar al que había llamado antes, lo agarré rápidamente y se me cayó de las manos, dejó de timbrar. «No, por favor», pensé…

Volvió a timbrar, contesté y para mi sorpresa era el familiar al que había llamado antes, «estoy abajo» dijo, se había quedado preocupado por lo que le conté y había decidido venir, ya que sabía que no podríamos irnos por eso de los trenes  Bajamos de inmediato. Subimos a su coche sin mirar a otro lado. Mientras nos alejábamos volteé la cabeza y vi la gran ventana, mi cuerpo se estremeció. Nunca más volveríamos, pero la historia quedó allí. Una empresa se encargó de limpiar la casa y las llaves las enviamos por correo a la fudosan. El aviso nuevamente apareció en internet:  «Se alquila casa de dos pisos a cuarenta mil yenes y a cinco minutos de la estación»

**********`

Publicado en la revista Kantō número 8, pp. 68 – 72: bit.ly/1zWFCFv

Autor: Kantō - Redacción

Comparte en

Deja un comentario. Puedes usar tu cuenta de Facebook, escribes y solo haces clic en el ícono. ¡Gracias!

A %d blogueros les gusta esto: