Normas

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¡Pepe, no sé qué hacer con este chico! ¡No sé por qué me habrá salido así!

Este fue el inicio de una consulta que me realizaban y ahora se los estoy comentando. Pasada la sorpresa y la leve sonrisa que apareció en mi rostro por el enfoque tan particular desde el cual se iniciaba, en mi cabeza quedaron flotando reflexiones que me permito compartir.

Es probable que en más de una ocasión a lo largo de nuestra historia como padres, las conductas de nuestros hijos nos hayan sobrepasado, agobiándonos y dejándonos además de exhaustos, frustrados sin saber qué hacer. Es bien sabido que vamos aprendiendo por ensayo y error esta hermosa labor de ir formando la vida de nuestros hijos. En este mismo escenario perdemos el control y actuamos desfogando esa molestia tan grande, en forma de castigo, ya sea este verbal, alguna veces, físico en otras o de ambas maneras. Y si bien la conducta no deseada dejara de producirse en ese momento, la experiencia demuestra que se deja de producir por miedo a la persona que emplea el castigo, y que como es lógico en ausencia de la personas que aplica el castigo, esa conducta vuelve a repetirse. Entonces la pregunta aquí sería: cuando aplicamos el castigo, ¿qué buscamos? ¿Estamos enseñando o aunque no nos demos cuenta, estamos descargando todas esas emociones que no logramos manejar y como válvula de escape, toda esa presión interna se expresa en forma de castigo (entendiendo por tal los gritos, recriminaciones o los golpes)?

Inicié esta entrega diciendo que había un enfoque muy particular y lo es. Cuando digo: No sé porque me habrá salido así, estoy dejando de lado toda mi responsabilidad y asumo que la forma de comportarse de mi hijo es una cuestión de suerte, una forma de lotería en la cual unas veces me ira bien, tendré suerte y otras no.

Y aquí viene mi reflexión, los niños no nos salen así, no es cuestión de suerte, es nuestra forma de ir guiándolos la que nos irán mostrando que tan bien lo vamos haciendo. Y es en ese sentido que las normas que ponemos son sumamente importantes. ¿Son importantes? ¡Si! Sin lugar a dudas. Establecer normas claras le dan a nuestros hijos esos marcos dentro de los cuales pueden manejarse con tranquilidad, por lo tanto, con más seguridad. ¿Esto quiere decir que debemos tener un cuartel militar en casa? ¡Claro que no! Normas claras significan, en mi modesto entender, qué está permitido y qué no. Y si hay una norma que no se cumple, traerá una consecuencia. Como en la vida misma. La forma de aplicar estas normas, como escribí antes, no tienen, ni deben ser enfrentamientos a gritos, ni con rostros adustos. Y cuando las consecuencias se saben de antemano (pueden ser perdidas de privilegios, etc.), no son castigos irracionales que se me ocurren, sino que la responsabilidad esta justo donde debe de estar, y es en la persona que actuó mal y cometió un error.

De acuerdo a la edad de nuestros hijos iremos modificando la forma, ya que como es lógico, no es igual la forma de aplicar las normas con un niño de cinco años que con uno de once. Las formas cambia, pero lo que debe estar siempre presente es el amor por nuestros hijos. Hacerles saber que por haber cometido un error, nuestro amor no ha cambiado, no hemos dejado de quererlos. Condicionar nuestro amor, es una opción que no debería estar presente en nuestra forma de educarlos. Que la conducta inadecuada es la que no nos gusta, pero ellos como personas siempre nos tendrán a su lado, que nuestro amor no está condicionado por si se portan bien o mal, pues todos, incluso nosotros podemos equivocarnos, y que lo mejor es darnos cuenta del error y enmendar.

¿Cómo hacer todo esto?

Mencionaba líneas anteriores los estilos con un niño de cinco años y otro de once, y para seguir con esos casos un ejemplo:

Con los niños de cinco años que no quieren guardar los juguetes y saben que deben hacerlo, trataremos de usar el juego como forma de lograr el cambio de esa conducta, es decir una pequeña competencia de quien lo hace más pronto, para así de esa manera ir creando el hábito. En los primero años el juego es la forma natural de acercarnos e ir haciendo esos cambios que deseamos.

Con el de once obviamente no va a ser igual, pues a esta edad también ya empiezan los cambio físicos y psicológicos, pero podemos darles a escoger en que momento hacerlo, y recordarles los términos de las normas. Por ejemplo decirles algo así como: “Pepito tu cuarto está con la ropa tirada, lo puedes hacer ahorita o antes de comer, o sea dentro de 30 minutos, pero recuerda que no hacerlo traerá como consecuencia la pérdida de… Tú eliges”.

En ambos casos hay normas que se cumplen, pero más allá de las normas, estamos educándolos, entrenándolos para el mundo real, para la vida. Para que paso a paso vayan avanzando y aprendiendo a tomar decisiones, creando buenos hábitos y que llegado el momento puedan valerse de forma independiente.

Hasta aquí la reflexión, gracias por llegar hasta aquí y agradecer las consultas, pues me ayudan a darme una idea sobre que tema tratar.

¡Hasta la próxima! ▲

Publicado en la revista Kantō número 8, pp. 74 – 75: bit.ly/1K3dRhy
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Sobre el autor:
Psicólogo peruano. Trabajador migrante en Japón. Autor del blog colectivo Japón Latino y director de Miyashiro Producciones.

Autor: José Luis Miyashiro

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