Había una vez… (Parte final)

En esta tercera entrega, les comento que a raíz de las publicaciones anteriores, en la fábrica en la que laboro se inició una conversación trayendo a la memoria situaciones que a mis compañeros les tocó vivir en esos tiempos, en los cuales las cosas no eran lo que son, como ahora.

Por eso pensé que sería interesante compartir estas anécdotas que muchos de nosotros pasamos y si no, me parece que se divertirán con las mismas. Entonces sin más dilaciones, trataré de relatar lo que sucedió a la hora del almuerzo.

La mayoría de problemas y situaciones embarazosas que pasamos fue por desconocimiento del idioma, así que aquí les dejo algunas:

—Oye Pepe, ¿sabías la del bus? —me dice Mitron.

—No, cuenta para todos —respondo.

—Dicen que el chato estaba en el bus que venía de la estación de Ebina con dos patas más que recién hacía una semana habían llegado a Japón —comienza a contar Mitron—. Tú sabes cómo es el chato, es recontra paloma, él era el más antiguo y se suponía que ya sabía un poquito de japonés. Cuando ya estaban llegando a su paradero, él tenía los boletos de los otros dos patas, y al momento de entregarlos al conductor y dejar caer el dinero, en lugar de decir san nin que es tres personas, dijo san biki que significa 3 animales. Pucha que toda la gente se rió a carcajadas.

Estábamos todos riendo cuando Manolo nos contó lo siguiente:

“Esta era un pata nuevo pues, no sabía nada de japonés, y como todos, cada vez que nos explicaban algo nosotros siempre decíamos hai (sí). El compadre trabajaba en un aserradero, donde el metía unas maderas largas y un japonés las recibía al otro extremo y se encargaba del siguiente paso en el trabajo. Justo el japonés tuvo un inconveniente y le dice al peruano ¡yamete! Y él seguía metiendo las maderas. Así que otra vez le dijo ¡yamete! Y seguía metiendo, hasta que el japonés molesto llamo a un compañero más antiguo para que le tradujera: «Oe, no te están diciendo ya, mete. Te están diciendo ¡yamete! O sea, detente, para, ya no metas.

—La cantidad de anécdotas que deben haber —comento.

—A mí me pasó una cosa parecida por el idioma —dice Perico—. Recién había llegado y estaba pintando el piso de la fábrica con ese color medio verde, ¿saben no? Estaba de lo más bien, cuando viene el jefe y me empieza señalar una parte del piso y a decirme: penki aka, penki aka. Yo no entendía que me estaba diciendo, pensé que era “pinta acá”, y seguí pintando todo igual, hasta que volvió el mismo jefe y se puso a renegar, llamó a un antiguo y ahí aprendí que aka era rojo. El encargado me estaba diciendo pinta de rojo y ya era muy tarde, porque todo estaba verde.

—Ya que estamos en plan remember yo tengo un par —interviene Pollo. Eran los años maravillosos, o sea hace un huevo de años, y nosotros recién llegados maravillados con todo, entre otras cosas con las puertas automáticas de los convenience store, esas tiendas de 24 horas. Hasta que me tocó ir a un Seven Eleven. Llegué hasta la puerta, como tenía costumbre hacerlo en las otras tiendas y cuando estaba en la alfombra que hay afuera, la puerta no se abría. Retrocedí, pisé donde estaba el número 7 en la alfombra primero, después donde decía eleven, y nada de abrirse. Como no daba resultado levanté las manos pensando que había un sensor, ya me estaba molestando, cuando llegó un pata , empujó la puerta y entró. Pucha que feo roche, ya la gente estaba que me miraba raro desde adentro, jajaja. No era automática pues.

—Y ya que estamos con los convinis —digo—, nosotros vivíamos allá abajo recontra lejos de la tienda, y para ir a comprar era por turnos, nadie quería subir. Y le tocó al nuevo ir de compras. Lo mandamos para que comprara latas de atún. Cuando regresó, traía dos latas con la cara de un gatito en cada una. Era comida para gatos. Pucha que nadie comió ese día…

Eran otros tiempos, de eso no le queda duda a nadie, años en los que los cambios en la vida de todos los que llegamos en esos primeros años quedarán grabados y al comentarlos siempre nos queda la sensación de que fue ayer. Los años en los cuales nos hemos seguido desempeñando en diferentes labores nos han permitido también ser testigos de los avances tecnológicos que nos hicieron las cosas más fáciles.

Eran otros tiempos y seguramente estoy olvidando muchas historias y anécdotas más, pero este relato que inicié con “Había una vez…” no termina con el conocido “Colorín colorado, este cuento se ha terminado”, pues aun seguimos creando esta historia, todos los que continuamos “empujando el coche”, tratando de salir adelante. Ya muchos nos dimos  cuenta que no estamos  de paso y terminamos echando raíces aquí. Primero los hijos pequeños que ingresaron al sistema educativo, creando sus propios amigos, experiencias y por lo tanto su deseo de seguir viviendo en estas tierras.

Nosotros también fuimos asimilando las experiencias y tratando de integrarnos en los lugares que nos toco desempeñarnos. Algunos otros que ya regresaron…

Dicen que la historia se repite, y si hace muchísimos años atrás nuestros abuelos fueron los que viajaron en busca de un futuro mejor para los suyos y emigraron hacia el Perú, nos tocó a nosotros hacer el viaje de retorno.

Y como dicen por ahí, “el mundo es un pañuelo” y no sería raro que cualquiera de estos días nos crucemos tú y yo en el camino que elegimos seguir. La historia no concluye hoy, pues la seguimos escribiendo día a día con nuestras vivencias, lo que sí tengo el convencimiento es que pase lo que pase, tendrá un final feliz.

 

Autor: José Luis Miyashiro

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