Gustavo Yonamine Nakasa, entrevista.

“No solo cantar a la patria, no solo cantar al amor, hay que cantarle a todo” (Gustavo Yonamine).

Gustavo Yonamine Nakasa, lleva cantando más de 35 años y dice que fue amamantado con valses, boleros y tangos en esa la primera escuela musical que tuvo: su casa. Cuenta que cuando era estudiante de la secundaria participó en “Voces Nuevas”, de la Asociación Estadio La Unión (AELU), en donde quiso cantar en castellano, pero a partir de esa edición había que hacerlo en nihongo, “así que a la prepo, a cantar en japonés sin entender un wasabi“. Ahora interpreta canciones hasta en cuatro idiomas.

Como vocalista de la agrupación Década Nisei de Lima, comenzó su «primer trabajo en serio en la música». Son veintisiete años que lo hace semiprofesionalmente y veinticinco desde esta parte del mundo. Hace poco ofreció un recital benéfico, en donde todos los ingresos fueron a favor de estudiantes de una escuela de Filipinas, y fue el pretexto perfecto «para celebrar el triunfo que representa vivir fuera de la tierra sin morir en el intento».

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—¿Aliento, 25 Años, fue también motivo para cantarle a los 25 años de vivir lejos de la tierra?

—Aliento, 25 Años, nos pareció una ocasión especial, precisa para celebrar, para hacer un alto, para ver lo recorrido y para proyectarse a lo que viene. Para celebrar el triunfo que representa vivir fuera de la tierra sin morir en el intento, a pesar de todas las dificultades que entraña la circunstancia japonesa: idioma, lejanía, soledad, una disciplina distinta, inédita para gente latina; todas fueron pruebas, todos fueron retos y, de alguna manera, pudimos ganar, y aún seguimos en la lucha. Por todo ello, quisimos hacer ese recital, que al parecer gustó y que esperamos y amenazamos con reeditar el año próximo.

—¿Con qué genero músical o estilo de canciones te iniciaste?

—A nosotros nos amamantaron con valses, boleros y tangos en esa primera escuela musical que es la casa. Seguro que lo primero que cantamos fue un vals, en alguna jarana en la casa de mi oji, jarana organizada por mi tío Isao, hermano de mi padre. Toda la música que vino después (baladas, salsa, en menor medida rock), se apoyó en esa base. Y fui un niño privilegiado en ese aspecto, porque mis padres me llevaron desde mis diez, once años, a ver muchos espectáculos. A esa edad, vi por primera vez a Óscar Avilés y a Arturo Zambo Cavero, en el Tambo Andino, un restaurante de Jonel Heredia al fondo de la Av. Garzón, por el Hospital de Policía. Vi a Roberto Goyeneche, un extraordinario cantante de tangos; el legendario Polaco, en el Teatro Municipal. También a Rubén Juárez, otro monstruo del tango. A todos los vi cuando tenía esa edad. Nos gustaba la música y los viejos nos nutrían.

—¿Cuál es tu trayectoria musical, en solitario y grupal?

—Canto desde muy chico: en el colegio, en la secundaria, Voces Nuevas en el Estadio La Unión, donde quisimos cantar en castellano, pero, justo desde la edición donde íbamos a participar, el concurso se comenzó a hacer en nihongo; así que a la prepo, a cantar en japonés sin entender un wasabi. Ya para eso cantábamos valses, boleros, con Kochan y Hugo, los hermanos Kikuyama, con los que aprendimos un montón. Eso era a nuestros quince años y hacíamos en trío canciones de Los Panchos, dejando falsas modestias a un lado, como nadie dentro de los nikkei, y como muy pocos fuera de ellos. Después, llegó la universidad y La Tuna de la de Lima. En realidad, era como un coro mixto con instrumentos donde habían cuatro cuerdas (contraltos, sopranos, tenores y bajos), completamente distinto a una tuna tradicional donde sólo hay hombres y se canta casi siempre al unísono; época también de aprendizaje, donde nos encontramos con mucha música latinoamericana y donde conocimos la nueva trova cubana, que nos amplió completamente el dial abriéndonos ventanas donde pudimos beber y respirar nuevos aires.

Pero empezamos a cobrar nuestros primeros “bolos” con Década Nisei en los años 1989-1990. Fueron dos años muy activos con presentaciones en televisión (“Sólo los domingos” de Sammy Sadovnic; “Fantástico” con Katia Balarín —todavía Crovetti, en ese entonces—, y Rocky Belmonte; y “Aló Gisella” con Gisella Valcárcel); entrevistas de radio; shows en restaurantes e incluso un concierto con We all together en el Dai Hall del Centro Cultural Peruano Japonés. Década Nisei fue nuestro primer trabajo en serio en la música, no sólo por el hecho de recibir una paga por cantar sino también por estar tan cerca de la gente, por cantar todas las semanas, por interesarse en confeccionar repertorios, planificar presentaciones, en fin, estar muy metido en la música, y desde allí, saber que no podíamos alejarnos de ella nunca más. En resumen, 26, 27 años cantando semi profesionalmente; pero más de 35, si contamos nuestros pininos escolares.

—¿Qué deseabas ser antes de dedicarte a cantar?

—Pero a pesar de que me llamaba tanto la música, no pude darle una mejor forma a esa afición. Estudié la guitarra, pero sin disciplina. Y sin mucho incentivo, porque según decían que, si aprendíamos a tocar bien la guitarra, el destino final iba a ser convertirse en “bohemio”. Lo cierto es que siempre tuve una relación adulterina con la música. Me casé con la abogacía, sin vocación ninguna, pues para ser abogado se necesitan ciertas dotes de las que carecía, a pesar de que siempre fui muy buen estudiante en la facultad. Pero la amante siempre estaba allí, descuidada, desdeñada, aparecía cuando la llamábamos para hacer el numerito, y se retiraba sumisamente cuando ése terminaba. Sin embargo, estaba siempre segura de que, al final, ella sería la elegida. Mandé al cacho el Derecho, con la derrota de Vargas Llosa en 1990, y decidí venirme a Nihon, y ella me siguió pero siempre atrás, de lejos, sin el protagonismo que se hubiese requerido. Nunca me decidí a ser cantante de a verdad, siempre fui un “part time Singer”, tal vez no habían las condiciones para serlo, tal vez fue que nunca me atreví a aceptar y ejecutar con valor la vocación artística.

— ¿Cómo fue el tránsito de los géneros musicales que interpretas?

— Aquí, en Nihon, integramos Bahía Sur, un grupo donde todos éramos peruanos, y que se presentaba en el Arco Iris de Hon Atsugi en los años 1994-1995. Después regresé a Perú y me integré a la directiva de la Asociación de Cantantes Nikkei, donde trabajamos muchos espectáculos: Kohaku, Solteros vs. casados, Los que nos hacen cantar, etc. Vine por segunda vez a Nihon, y comencé a cantar en orquestas de salsa del circuito japonés, donde lo más destacable fue Arrancando y Liberación, donde conocí a nuestra querida amiga Hisayo Yamada, pianista y directora musical de nuestros recitales. Y en el trayecto, música criolla con los Hermanos Loli, en infinidad de restaurantes y locales actuando siempre para la colectividad peruana. Le entramos a todo: hemos hecho música peruana, salsa, música del recuerdo (Década Nisei fue la cuna), música latinoamericana, con mucha incidencia en la canción argentina, canción japonesa, música en inglés; tratando de ser concientes de nuestras posibilidades y con un sentido del ridículo más o menos alerta que nos indique hasta dónde podemos con decoro llegar. Parece alerta, creemos…

—Así como le cantas al Perú con sus valses y sus boleros, también le cantas al amor…

—Creo que hay que cantarlo todo. Justo hace unos días estaba escuchando un disco de Rubén Blades en el que decía «hay que cantarlo todo», y efectivamente, hay que cantarlo todo. En el último recital, por ejemplo, no solo hemos cantado canciones de amor, también composiciones que revelan la problemática del extranjero, el de vivir en un país extraño. Cantamos Como la cigarra, un tema emblemático de los argentinos, que yo solía cantar cuando comencé a estar solo y lejos, extrañando a la familia y a los amigos, en los primeros años acá.

No solo cantar a la patria, no solo cantar al amor, hay que cantarle a todo. En otros recitales he interpretado, Era en Abril de Juan Carlos Baglietto, que habla de la frustración de la paternidad, de la frustración de la maternidad. Es una canción tan bella que digo que es como Imagine, aunque con diferente temática.

Por ahí me dicen «cántate El oso», es una canción de la película Tango feroz. La canción habla del oso que lo sacan del bosque y se lo llevan al circo, estaba en el circo y siempre se acordaba del bosque. Es una metáfora también, de lo que sentíamos, sentímos, nosotros; esto es como que Japón es el circo y nuestro bosque siempre está allá. No hacemos distingos en la temática, hay que cantar de todo como dice Blades, claro, hasta donde el público lo permita. Vamos a darle lo que ellos quieren, pero también lo que me interesa que escuchen, es una forma de comunicar, de abrir ventanas, que se conozcan otras cosas.

—¿En tus presentaciones has interpretado canciones de la trova cubana?

—No exactamente de la trova cubana, pero sí de Alberto Cortez, con El extranjero; de Joan Manuel Serrat, muchas veces, entre ellas De cartón piedra, Esos locos bajitos. En el reciente recital queríamos incluir una canción de Silvio Rodríguez, pero no se pudo. Para el siguiente de todas maneras quiero cantar Por quien merece amor. Me interesa mucho decir cosas, interpretar más que solamente cantar o de tratar de agradar a la gente. Para mí, la literatura que tienen las canciones importa, eso es básico. La canción no es únicamente ritmo, música o un divertimento frívolo, sino que se pueden decir cosas importantes a través de ellas.

—¿Y cómo llevas esa otra pasión que es la escritura?

—Sí, me gusta escribir. Lo que pasa que la escritura me cuesta más, en cambio cantar me sale más natural. Ponerse a escribir me toma más tiempo, sobretodo cuando uno quiere escribir ficción hay que redactar para que se crea.

—Mucho se habla y se escribe sobre los conflictos de identidad nikkei y del choque cultural que significó llegar a Japón ¿cómo fue en tu caso?

—Mi identidad peruana estuvo siempre bien definida. Estudié la primaria en Nuestra Señora de la Merced, un colegio en el centro de Lima. No solo por la crianza, sino que la música fue muy importante para la formación de la identidad, en casa solo se escuchaba música criolla. Tenía esos tíos que llegaban con tres o cuatro guitarristas y me levantaban para que cantara algo, a mis diez, once años. Cuando llegué a La Unión, ya cargaba con todo ese bagaje cultural y con esa identidad formada. No tenía ese problema de decir soy nikkei pero no soy peruano, no hubo ese dilema garcilaciano, sin ninguna duda. Y cuando llegamos a Japón, nos reconocemos mucho más peruanos todavía. El hecho de cantar música peruana es una reafirmación de esa identidad.

—Más allá de lo musical, cómo percibes la integración de la comunidad peruana en Japón y en la sociedad japonesa.

—Siempre va a ser difícil creo yo. Los nikkei en cierta medida tienen costumbres comúnes que los llevan a juntarse y cuando entran a compartir con otro peruano que tiene una visión diferente de las cosas, ahí comienzan un poco los roces. Esto no quiere decir que uno sea mejor que el otro. Para mí, lo principal y básico, es: primero, tienes que sacar el papelito, después mira el chocolate para que puedas hacer una evaluación, no creas en el papelito, este a veces te confunde. Tengo muchos amigos nikkei así como amigos no descendientes, pero la integración todavía lo veo lenta.

Creo que más fácil es acercarnos e integrarnos, como peruanos, a la sociedad japonesa, compartir y respetar las normas que rigen en la sociedad, adecuarnos a la disciplina, cumplir imposiciones y costumbres.

Hay una cuestión histórica, nos han criado así, pensando en términos de colonia, siempre hubo una línea trazada, que se han venido arrastrando de hace muchos años y esas cosas son un poco difíciles de erradicar. Hay que superar todo esto del prejuicio, de la segregacion, tal vez es un estadio superior de mayor educación, empezar a reflexionar para superarlo.

Sé que hay muchos avances, los concursos de marinera, la celebración de las fiestas patrias, diversas actividades, hay cosas así, pero a lo que es la integración de la comunidad, todavía falta bastante.

Tenemos que concocernos más, no nos conocemos, y como no nos conocemos lo primero que entra a mandar es el prejuicio, “este debe ser así”, primero es el papelito que te impide saborear el chocolate. Es igual que los paquetes japoneses, lo arreglan bien bonito pero tú no sabes que cosa hay adentro. Ese es el gran problema, definitivamente tenemos que conocernos más, abrirnos y superar los prejuicios. Esto toma años. ▲

Autor: Kike Saiki

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